México está en guerra. Lo aceptamos o no, la evidencia, cruel y sangrienta, está ahí.
No hay que esperar un estallido: está aquí, en movimiento retardado.
Hay una disputa por el control del territorio que devasta el tejido social, erosiona la gobernabilidad y arruina la confianza sobre la que se cimienta la convivencia.
De no haber un viraje brusco en la conducción política, lo que vivimos podría terminar en una confrontación entre mexicanos.
Los orígenes de lo que vivimos datan de lejos y son profundos. Hay que entender su densidad histórica. Bárbara Walter ha escrito un libro seminal sobre el tema ¿Cómo comienzan las guerras civiles?
Primero: comienzan cuando se producen cambios profundos de manera acelerada. Las transiciones políticas de gran intensidad generan inestabilidad y ruptura institucional. En este sentido, México tuvo un largo, larguísimo proceso de cambio. Comenzó en 1977 y concluyó con 3 alternancias presidenciales en 18 años.
En el inter se desató la guerra contra el narco que hizo metástasis un cáncer que habitaba en nuestro cuerpo social desde los setentas. También, una lamentable desigualdad y una pobreza descomunal de la población.
2018 trajo un cambio radical. Eso precipitó el conflicto en todas sus dimensiones. Hubo, además, un ataque frontal a las instituciones democráticas que convirtió a México en una “anocracia”. Explica Walter: es un gobierno con rasgos autoritarios y democráticos, con gran inestabilidad, ineficiencia y conflicto.
México dejó de ser una democracia en 2018.
Se aclara: una guerra civil no será como hace un siglo en México. Con grandes ejércitos confrontándose. Será más a los que vemos hoy: zonas disputando el control, con suma violencia, propaganda, autogobiernos.
Llevamos, desde Calderón, 420 mil ejecutados y más de 110 mil desaparecidos. Más muertos que en la guerra de Ucrania.
Un mexicano emigra cada minuto. Importa la razón: huyen de esta guerra.
Internamente hay 386 mil desplazados por la violencia: una tragedia humanitaria.
Esto se inflama por dos hechos: la consciente retirada del Estado mexicano bajo el slogan de “abrazos, no balazos” y la cotidiana polarización que se dirige contra grupos específicos de la sociedad.
La toma de Culiacán por el Cartel de Sinaloa tras la primera detención de Ovidio es la imagen de la derrota del Estado.
Chiapas es un territorio sin gobierno. En Michoacán se cobra un impuesto a la exportación agrícola. Guerrero está en llamas. Colima tiene la tasa más alta de homicidios del mundo. En Tijuana la alcaldesa se tuvo que ir a vivir al cuartel. Zacatecas explota porque es un punto neurálgico del trasiego de droga.
Los cárteles intimidan y se animan a atacar autoridades, jueces (en Colima trabajan por zoom) y periodistas. Hay grupos de civiles que se constituyen en autodefensas. Las fuerzas armadas están desplegadas por todo el país en (por lo pronto) puestos administrativos.
¿Qué puede salir mal?
Falta un cerillo para que se pase de esta guerra a una guerra civil.