Aquí va la breve historia de cómo una palabra entró al diccionario por la puerta falsa, sin esperar a ser usada por los hispanohablantes ni a tener el suficiente arraigo ni documentación escrita.
En el primer lustro de los años noventa del siglo XX, cuando el presidente de Venezuela era Rafael Caldera, este se vio obligado a devaluar el Bolívar -moneda nacional - de una forma tan drástica que a partir de entonces, en las informaciones sobre la economía del país, comenzó a ser corriente hablar de miles de millones de bolívares. Lo de miles de millones trajo consigo -a ojos de Don Rafael- el problema de la confusión entre el billion inglés (mil millones) y el billón español ( un millón de millones), uno de esos casos que los traductores conocen como 《 Falsos amigos》, y aprovechando su condición de miembro de la academia venezolana de la Lengua Española presentó en esa institución la propuesta de usar la palabra millardo, a imagen y semejanza del frances milliard, del italiano miliardo y del alemán milliarde.
¿Y qué pasa cuando el presidente de la república va a la sesión de la Academia y presenta una propuesta con el argumento de que es de interés para el país? Pues qué se aprueba.
El siguiente paso es mandarla a la Asociación de Academias de la Lengua Española para que dé su visto bueno y de ahí a los lexicógrafos encargados de redactar el Diccionario de la Lengua Española en Madrid con ayuda de sus colegas americanos.
La palabrita siguió su camino con la aprobación de todos, y, ya en 1995, se anuncio que estaría en la siguiente edición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), como así fue: ocupó su espacio en la edición del 2001.
Como podemos ver, es otra forma de que una palabra llegue al diccionario sin esperar que su uso se difunda y se asiente ( como sucedió con la palabra cantinflear) , en honor a la forma tan chusca en que el mimo de México se expresaba .
Bueno en el caso narrado, solo bastó haber sido presidente de la república y miembro de la Academia de la Lengua Española. En ambos casos, nos queda claro; que la lengua culta, si por añadidura es lengua influyente, no hay academia, buenas maneras, o censura que se le resista. Su poder es como el sol; ni la bomba más letal puede derrotarle, ni el lugar más remoto puede esconderle.