El nombre de la xalapeña María Teresa Medina de la Sota Riva no resuena con la misma frecuencia que los de Hidalgo, Morelos o Iturbide en los libros de historia sobre la independencia de México.
No se alza como un estandarte de la Independencia, pero su historia es un testimonio de valentía en la insurgencia.
María Teresa, nacida en una casona del barrio de Xallitic en Xalapa, Veracruz, protagonizó un papel fundamental en la lucha independentista.
En 1784, María Teresa vino al mundo en esa casona, una noche que presagiaba una vida de desafíos. A muy temprana edad quedó huérfana de madre debido a las complicaciones del parto.
Su padre, Pedro Medina, preocupado por el destino de su hija, la educó junto a su hermano mayor, Antonio, inculcándoles valores y conocimientos que pronto se convertirían en herramientas vitales.
El México de principios del siglo XIX bullía con noticias sobre la invasión de Francia a España en 1807.
Xalapa, una ciudad de poco más de trece mil habitantes, se desplegaba como un mosaico social diverso: desde acaudalados criollos hasta marineros y rufianes.
La presencia militar, destinada a mantener a raya cualquier amenaza francesa en las colonias, añadió un nuevo matiz a la ciudad.
María Teresa cruzó caminos con el teniente coronel Manuel de la Sota Riva, un militar de cuarenta años que cambiaría el curso de su vida. Para noviembre de 1807, contrajeron matrimonio en la iglesia de San José. Manuel pronto ascendió a brigadier, quedando al mando de las tropas en Xalapa.
El año 1808 trajo consigo el nacimiento de su primera hija, Teresa Epitacia.
En esta etapa de su vida como madre y esposa, María Teresa comenzó a interesarse por las conversaciones sobre la posible independencia de la Nueva España.
Su hogar se convirtió en punto de encuentro para intelectuales y conspiradores. María Teresa empezó a concebir la idea de un gobierno autónomo.
Al enterarse del levantamiento de Hidalgo, decidió apoyar la causa insurgente y ofreció su casa para reuniones secretas.
A pesar de las advertencias sobre el peligro que esto representaba para su vida y matrimonio, María Teresa se unió a la conspiración insurgente en Xalapa.
Entre los asistentes se encontraban Vicente Acuña, Evaristo Fiallo y Juan Bautista Ortiz.
Sin embargo, cuando las autoridades virreinales descubrieron la conspiración, los insurgentes huyeron de Xalapa. María Teresa Medina fue preservada de la muerte gracias a la intervención de su hermano, el general Antonio de Medina y Miranda, y se vio obligada a abandonar su ciudad natal.
María Teresa y muchas mujeres desafiaron las circunstancias de su época en el movimiento independentista en el país.
Mujeres como Margarita Peinbert, Antonia Peña, María Camila Ganancia y Luisa de Orellana y Pozo también sirvieron como correos de la sociedad secreta Los Guadalupes en Ciudad de México.
Manuela Herrera, conocida como la Benemérita Ciudadana, prefirió quemar su hacienda antes que apoyar al ejército realista y soportó torturas por su negativa a delatar a sus cómplices.
Gertrudis Bocanegra se convirtió en correo de los insurgentes, mientras que Petra Teruel de Velasco, llamada Ángel Protector de los Insurgentes, ayudó a los involucrados en la lucha y apoyó a los que cayeron presos.
Otras se dedicaron a fabricar cartuchos y cuidar heridos en Coscomatepec, Veracruz.
Sus nombres no se han perdido: María Soto 'La Marina', Teodosia Rodríguez, Ana Villegas, Casimira Camargo, Isabel Moreno, Juana Bautista Márquez, Brígida Álvarez, María Tomoda Estévez, Carmen Camacho, Luisa Martínez, Manuela Niño, Josefa Navarrete, Josefa Huerta, Rafaela López Aguado, Rita Perez de Moreno, María Josefa Marmolejo de Aldama, Francisca Marquina de Ocampo, Francisca y Magdalena Godos.
Los nombres y legados de estas mujeres merecen ser recordados.