En los albores del tiempo, cuando el sur de Xalapa aún era un páramo de verdes lomas que rozaban las orillas de El Dique, los jóvenes se reunían en una hondonada natural conocida como La Alameda.
En aquel entonces, estas tierras pertenecían a la extensa hacienda de Pacho Nuevo, una finca ancestral que albergaba las Lomas de Melgarejo, y en su seno, escondía la profunda depresión que hoy conocemos como el epicentro de una leyenda.
El amo y señor de esta tierra era don José Julián Gutiérrez, un hombre respetado en la región, padre del insigne maestro y director de la Escuela Normal Veracruzana, Manuel R. Gutiérrez.
El reconocimiento a la contribución de este educador sería eterno, ya que sus memorias quedaron plasmadas en una de las calles de la ciudad.
Los albores de 1925 trajeron consigo una revolución de dimensiones inesperadas. Las autoridades, motivadas por la topografía singular de la zona, decidieron erigir un santuario que hoy conocemos como el Estadio Xalapeño.
Al mando de esta epopeya arquitectónica se encontraba el visionario Modesto Roland, un hombre que se embarcó en esta travesía con el reloj en contra, pero el fuego de la pasión ardiendo en su interior.
Día y noche, con la ferocidad de un chamán en un trance, Roland llevó a cabo su misión.
Así, el 20 de septiembre de 1925, con el general Heriberto Jara Corona en el cargo de gobernador y la presencia del entonces presidente de la República, Plutarco Elías Calles, el estadio vio la luz del día.
Su aparición no pasó desapercibida; de hecho, sacudió los cimientos no solo de Xalapa ni de México, sino de toda América Latina.
La arquitectura audaz del estadio, que se fusionaba con la topografía circundante con una naturalidad asombrosa, dejó boquiabiertos a los espectadores.
Y los detalles ornamentales vanguardistas que adornaban las gradas y las columnas dieron un toque de genialidad que cautivó a todos los presentes.
La inauguración fue un acontecimiento, un festín de entusiasmo con la participación de todas las escuelas de la ciudad y la contribución especial de la Escuela Naval Militar del Puerto de Veracruz y otras instituciones regionales.
Desde entonces, el Estadio Xalapeño, bautizado en honor a su fundador, ha sido un testigo mudo y elocuente de innumerables eventos deportivos, religiosos, artísticos y políticos.
A lo largo de su centenaria existencia, el Estadio ha vivido transformaciones, pero su diseño original sigue inalterado, como un monumento a la eternidad en medio del caos cambiante.
Las columnas se movieron para dar cabida a más almas ansiosas de vivir sus momentos de gloria, aunque, en un lamentable episodio de censura temporal, los relieves de desnudos griegos que adornaban el palco de honor se vieron relegados al olvido.
El Estadio Xalapeño, hoy en día, es más que un coliseo deportivo; es una cápsula del tiempo, un portal hacia un pasado glorioso que se niega a desaparecer.
Sus gradas, más que concreto, están cargadas de memorias, emociones y pasiones que se manifiestan como ecos de una época que se niega a morir.
El estadio es el pulso vibrante de Xalapa, un lugar donde la historia se mezcla con el presente y el futuro, recordándonos que, en cada rincón de esta ciudad, late un corazón con pasión por su legado, y el Estadio Xalapeño es su altar.