La lucha contra el narcotráfico se ha convertido en una prioridad para los gobiernos de Estados Unidos y México, dada la estrecha frontera entre ambos países, a lo largo de la cual se trafican grandes cantidades de drogas ilegales.
Sin embargo, más allá de los esfuerzos por desmantelar los cárteles mexicanos, hay un aspecto crucial que a menudo se pasa por alto: la colaboración entre estos cárteles y las pandillas estadounidenses.
Según el Buró Federal de Investigaciones (FBI), las pandillas son grupos de tres o más individuos que operan bajo una identidad grupal para infundir miedo e intimidación.
Esta guerra cambió el panorama criminal en México, debilitando a los grandes cárteles y dando lugar a la aparición de grupos más pequeños.
Como resultado, los cárteles buscaron nuevas alianzas, recurriendo a pandillas estadounidenses para expandir su red de distribución de drogas.
El Departamento de Justicia de Estados Unidos identificó a las pandillas locales como los principales distribuidores minoristas de drogas en muchas áreas suburbanas ya en 2008.
La colaboración entre cárteles y pandillas ha ido más allá del tráfico de drogas.
Aunque esta asociación ha existido durante décadas, su dinámica es compleja y variable.
Las pandillas pueden asociarse con diferentes cárteles según convenga, incluso si son rivales entre sí. Esto ha llevado a una colaboración oportunista y pragmática, en la que las pandillas trabajan con cualquier organización que les ofrezca mayores ganancias.
En cuanto a los cárteles, la DEA identifica a varias organizaciones mexicanas como los principales actores en el tráfico de drogas hacia Estados Unidos.
Estas organizaciones exportan grandes cantidades de drogas hacia Estados Unidos, utilizando a las pandillas como socios locales para su distribución y venta.