El Día de Muertos es un momento sagrado donde la comunidad se une para recordar a sus seres queridos que han partido. Ofrendar es un acto de cercanía, un diálogo con la memoria de aquellos que han dejado huella en nuestras vidas.
La ofrenda se convierte en un espacio donde la tradición sagrada se entrelaza con la práctica profana, creando una rica mezcla cultural.
Cada ofrenda incluye varios elementos esenciales que representan distintas creencias y simbolismos. El agua, por ejemplo, es un regalo para mitigar la sed de las almas en su viaje.
La sal actúa como purificadora, mientras que las velas, que iluminan el camino de regreso, simbolizan la fe y la esperanza. Las flores, especialmente el cempasúchil, guían a los muertos con su aroma y color vibrante.
El altar no solo se prepara para los adultos; también hay una ofrenda especial para los niños, conocida como "angelitos". Este altar se adorna con dulces, juguetes y flores blancas, simbolizando la pureza de los más pequeños. Todo está diseñado para que las almas se sientan cómodas y bienvenidas.
Finalmente, la ofrenda se transforma en una escenografía donde los muertos regresan a compartir, comer y descansar. Desde el pan hasta el chocolate, cada elemento está pensado para nutrir el alma y mantener viva la conexión entre los vivos y los que ya no están.
En cada detalle, resuena la memoria colectiva y la devoción de un pueblo que celebra la vida a través de la muerte.