“La muerte de millones es una estadística. La de un hombre, una tragedia”. La máxima de Ernest Hemingway cobra pleno sentido hoy.
La ejecución brutal de dos sacerdotes jesuitas y un guía de turistas ha conmocionado al país. En una nación adolorida, cruelmente obligada a dejar de sorprenderse por la brutalidad, este crimen abrió los ojos y las conciencias de millones.
Este asesinato le puso rostro, nombre y dimensión a nuestra tragedia.
Le dio dimensión al horror.
Lo hizo por atentar contra hombres de bien, que hacían de su fe su actitud ante la vida. Los mataron en el recinto de paz, reflexión y compasión que debería ser la iglesia.
No es un asunto menor.
Los jesuitas fueron expulsados de España en 1767, acusados de promover la rebelión de Esquilache. El poder los expulsaría dos veces más.
El virreinato expulsó en 1795 a Fray Servando Teresa de Mier por cometer el delito de usar su inteligencia y ejercer su libertad. Como Prometeo, pierde su libertad por usarla. Pero Fray Servando volvería a México, esta vez como insurgente, años después, al lado de Mina.
Hitler mandó a detener a un sacerdote católico, Santiago Gapp, quien decidió arroparse con la valentía de los hombres justos y enfrentar al régimen nazi. Fue condenado a muerte. Tras leer las 30 páginas de su interrogatorio por la Gestapo, Himmler comentó:
—Con mil hombres nuestros que tuvieran la fe de Gapp, dominaríamos el mundo.
Leónidas Trujillo, el cruel dictador dominicano, ordenó desatar una represión brutal dentro de la Isla. Era 1959. La Iglesia supo que ya no podía soportar más. Lanzó una carta pastoral que fue leída en todas las iglesias de República Dominicana. Fue el inicio del fin de la dictadura.
En El Salvador, el poder ordenó a finales de los setenta la ejecución del arzobispo Arnulfo Romero que, también incrementó la descomposición social y generó una ola de indignación.
La tristeza de esta ejecución digna de locura en la Tarahumara alerta sobre el estado lamentable del país.
Una ola de horror lo recorre.
Una consume vidas, esperanzas, destinos.
Niños esclavizados. Mujeres desaparecidas. Jóvenes destazados. Familias rotas.
Van más de 120 mil muertos y desaparecidos en un sexenio que hiede a componenda, tolerancia, descuido.
En Guerrero se asesina a productores de pollo. En Michoacán, de Aguacate. En Nuevo León, se expropia el control de pipas de agua por la fuerza del crimen.
En Colima roban tráileres de oro y plata.
Ante este desastre, el presidente dice que seguirá haciendo lo mismo. Es decir: nada.
Somos reses entregadas al rastro.
Ante la ejecución de los jesuitas y el reclamo del Papa, el presidente responde reveladoramente.
Se fue a jugar beisbol.
@fvazquezrig