Estimados lectores:
La semana pasada narramos un cuento que retrata las penurias sufridas por el propietario de un automóvil quien molesto porque su vehículo no funcionaba como debía, porque el clima no enfriaba, el radio no servía y cuando lo conducía a más de 100 kilómetros por hora vibraba tanto que parecía desarmarse, acudió a un taller cuyo propietario llevaba 18 años anunciándose y rogándole a quienes veían sus comerciales que confiaran en su capacidad y le dieran la oportunidad de servirles. Que tanto él como su equipo de trabajo eran muy honestos. Que no robaban, no mentían y no traicionaban a sus clientes. Que podían reparar coches muy rápido. Que sabían cómo hacerlo y cobraban precios razonables.
Que además sus colaboradores eran personas sumamente leales y honestas.
El dueño del automóvil, cansado de dar vueltas con talleres que cada vez que le arreglaban una cosa le descomponían otra, lo condujo personalmente al taller del mecánico que ofrecía arreglarle todo. Confiaba en no tener que gastar mucho, porque si bien a su auto no le funcionaban el radio y el aire acondicionado, al menos éste caminaba.
Semanas después de dar el anticipo que le pidieron para iniciar la reparación y comprar las refacciones originales que requería, el propietario del auto regresó al susodicho taller para ver si su carro ya estaba listo y lo encontró totalmente desarmado y hasta desvalijado. Los “honestos” pero inexpertos mecánicos le echaron a perder varias piezas al intentar quitarlas y otros mecánicos, - no tan honestos como su patrón lo pregonaba-, vendieron a distintos talleres varias partes que estaban en buen estado y que sustrajeron a escondidas, dada la escasez de refacciones en el mercado. Éstas las sustituyeron por otras “hechizas” y algunas más sacadas de la chatarra.
Muy molesto el dueño del auto le pidió al propietario del taller que se lo armara y entregara. También que le devolviera su dinero.
El dueño del taller la manifestó que no podía armarlo porque le faltaban tornillos. Que éstos por solidaridad se los había regalado a un cubano que los necesitaba. Tampoco podía devolverle el dinero porque lo empleó en pagar sus deudas. Le dijo que no se desesperara. Que pensaba traspasarle el taller a una persona con la cual se iba a sentir muy “agusto” y quedaría satisfecho con el trabajo que le harían.
Que también él contaba con otros candidatos muy buenos para encargarse del taller, si la propuesta inicial no lo dejara “agusto”. Que por favor le tuviera paciencia, máxime que no podía llevarse el coche desarmado.
Con la esperanza de que efectivamente el cambio de encargado funcionara, le pidió -el ya para entonces bastante desconfiado cliente- al dueño del taller que le proporcionara los nombres de los otros aspirantes a administrar el negocio, para ver si conocía a alguno que le inspirara confianza.
Cuando le dio los nombres, resultó que no conocía a ninguno. Sin embargo, como maneja con suma habilidad las redes sociales, encontró pronto en Google y Facebook datos suficientes sobre los otros aspirantes que terminaron por alarmarlo. Uno de ellos le puso llantas de una medida equivocada a un autobús de pasajeros. El desperfecto causado al vehículo fue tan grande que ese mecánico debió irse del país durante varios años para no tener que pagar los daños y perjuicios causados y evadir también la acción de la justicia.
Otra aspirante a dirigir el taller no le daba mantenimiento a los vehículos que tenía a su cargo, porque el dinero presupuestado para tal fin lo malbarataba en cosas distintas y desoía las advertencias de los expertos que le auguraban un accidente de consecuencias fatales si no cambiaba su actitud.
Tal y como se lo pronosticaron, se produjo un fatal accidente que lamentablemente ocasionó un gran número de muertos y heridos.
Si tales personas fallaron en cosas menores, ¿cómo es posible que el actual propietario del taller les piense asignar responsabilidades mayores?. Una cosa es la lealtad y otra muy distinta la capacidad.
En este preciso momento la narración se detiene.
El dueño del auto se reprocha a sí mismo su exceso de confianza y hasta su ingenuidad. Poco puede hacer a estas alturas. Tiene su automóvil desarmado, le faltan piezas y además se quedó sin dinero. Por buscar un mejor taller, acabó cayendo en el peor. Bien dicen que lo perfecto es enemigo de lo bueno.
Vuelve a analizar lo sucedido y se responde: “Si hubiera pensado y analizado mejor las cosas en el momento de escoger al taller idóneo, no habría caído en la trampa de escuchar promesas fantasiosas que resultaban irrealizables”. Lamentablemente ya es tarde para arrepentirse. Lo bueno, bonito y barato no existe. Por desgracia, el “hubiera” tampoco pertenece al mundo real.
Tendrá que empezar a sacrificarse y ahorrar para comprarse un automóvil nuevo. Esta tarea le llevará varios años, porque los precios de los autos se han ido a las nubes. El auto anterior, aunque se lo armen, quedará en tan mal estado que podría accidentarse con todo y su familia, lo cual jamás se lo perdonaría.
Moraleja: El año próximo hay elecciones. Reflexionemos con tiempo para escoger a los mejores, no a quienes nos ofrecen progreso sin trabajar y aprendizaje sin estudiar y sin evaluaciones. A quienes pretenden que haya bienestar sin esfuerzo, sin ahorro y sin sacrificio. A quienes nos hablan de derechos y omiten hablarnos de las obligaciones que éstos conllevan. A quienes nos ofrecen transparencia, pero antes nos ocultan la información relevante, a quienes nos dicen que nos darán todo gratis.
Eso simple y llanamente no existe.
¿No les parece a Ustedes?.
Muchas gracias y buen fin de semana.