Apropósito de estas fiestas decembrinas en las que celebramos el nacimiento de Jesús, los invito a platicar un poco acerca de él olvidándonos, si es posible, del Dios, de resurrecciones, de milagros y concentrándonos exclusivamente en Jesucristo, el hombre.
Hagámoslo sin fanatismos, simplemente como lo hemos hecho con otros grandes personajes de la historia del mundo, en esta misma serie de “Andares”.
Sin intentar sermonear ni invitar a misa de doce porque ustedes saben bien que jamás intentaría escribir un artículo con fines católicos, lo juro por Dios. No es lo mío.
Les comparto estas líneas con una intención biográfica, histórica y principalmente movida por la intriga de espacios poco conocidos en su vida y el análisis científico de asuntos asombrosos relacionados a él.
Más de la tercera parte de la humanidad es católica y seguramente ha oído hablar, escuchado en la iglesia o visto en las incontables películas que hay de la vida de Cristo, de la última cena, la crucifixión, la resurrección y de todo aquello que aconteció en la etapa en la que se vuelve un ser público, es decir de los 30 años, aproximadamente, a los 33.
El pasaje en el que el hombre Jesús sufre una agonía tan real y tan intensa que se rompen los vasos capilares de sus glándulas sudoríparas. Este grado de sufrimiento físico y psíquico se le conoce médicamente como hematridosis y muy pocas personas lo experimentan ya que precisamente es desencadenado cuando se llega al máximo de agonía que el cuerpo es capaz de resistir, antes de morir.
También sabemos que, al nacer Jesús, Herodes lanza un decreto en el que ordena matar a todos los niños varones menores de dos años de Belén de Judea, en busca del hijo de José y María, pereciendo 16 infantes en un solo día.
A partir de aquí, poco conocemos de su niñez y juventud.
Jesús es trasladado a Alejandría en Egipto y ahí vive dos años hasta que la muerte de Herodes le permite a la familia regresar a Belén. Durante los primeros años de su infancia, crece normalmente conviviendo con otros pequeños de su edad. José considera a Galilea como una mejor opción para criar y educar al niño por lo que se cambian a la casa de una colina situada al norte de Nazaret. Ahí, Jesús disfruta del contacto con la naturaleza y vive en un ambiente amoroso, piadoso y bajo una firme idea nacionalista y religiosa. A los continuos viajes de trabajo de José en Caná, Belén, Magdala, Naín, Séforis, Cafarnaum y Endor, Jesús lo acompaña manifestando un extraordinario interés por todo cuanto lo rodea.
A los siete años comienza su educación formal en la Sinagoga logrando graduarse a los trece.
En este mismo periodo, estrecha lazos con jóvenes y viejos, judíos y gentiles, fariseos y saduceos, y hombres de diversos países y culturas, lo que le brinda la oportunidad de conocer a gran parte de la raza humana.
El joven Jesús es visto como líder por su destacada inteligencia, sentido de igualdad y justicia. Bajo su idea de observar, recorre cada rincón de la ciudad; ve a mendigos y rostros angustiados por la guerra, el hambre, las crucifixiones y suplicios; dementes, leprosos y paralíticos, que quisiera sanar.
El carpintero que acaba de cumplir catorce años sufre la pérdida temprana de su padre, José, por lo que se convierte en el sostén de su familia.
Así pasa un lustro más y el nazareno sabe que ha llegado el momento de seguir su camino por lo que viaja a Engaddi donde es acogido por los esenios –esta fraternidad monástica que tienen como centro de actividades las cuevas de Qumram a orillas del mar muerto, cerca de Hebrón y de las legendarias tumbas de Abraham, Isaac y Jacob, incluso de Adán y Eva–, con quienes durante los siguientes diez años conoce la tradición esotérica de los profetas y toma cause su orientación histórica-religiosa.
Viaja por Alejandría, Atenas, Tebas, Roma y termina en Egipto, precisamente en las pirámides, lugar donde lo preparan en los ritos de iniciación para su labor ya próxima a darse a conocer en el mundo. Tras la ceremonia de aceptación, concluye su etapa con los esenios. Entonces, siendo dueño de sus acciones, Jesús mira al cielo y ve una figura que, aunque no conoce profundamente, sabe que es la persona que anunciará su llegada al mundo, su nombre: Juan el bautista. De inmediato va en su búsqueda al desierto de Jordán porque quiere verlo, escucharlo, estar cerca de él y llevar a cabo el rito del bautismo. Con este acto de humildad, Jesús hace su aparición pública y marca el inicio del doloroso destino que ya todos conocemos.
Así podríamos continuar con la vida del galileo, sin embargo, para los que deseen ahondar más en el tema, permítanme recomendarles un libro serio, escrito por Pablo Hernández Franyutti y cuyo título es “En defensa del catolicismo”. Como preámbulo, les comento que el autor echa abajo los conceptos manejados por el Best seller “El Código Da Vinci” de Dan Brown y en un valiente acto –del cual difiero– califica como una estupidez la teoría del origen de las especies de Carls Darwin, no sin antes aclarar que hasta nuestros días no hay nada nuevo que explique la evolución.
En sus páginas también me encontré con una frase bíblica que dice: “El que no está conmigo, está contra mí” (Luc. 11-22). ¿La recuerdan? Son las mismas palabras que todo el planeta tierra escuchó en el bélico discurso de George Bush, posterior al atentado de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001.
Lo extraño es que el ego de los gringos resistiera la tentación de terminar la frase como está en el original: “…yo soy la vid verdadera”.
También les resultará interesante conocer la auténtica historia de dos hechos reales de exorcismo llevados al cine: “El Exorcista” y “The Entity”. O el increíble análisis de “Las Pupilas de la Virgen María” en la que una ampliación de más de dos mil veces la imagen original, realizada en 1979 por el Dr. José Aste Tonsmann, científico de IBM, descubre plasmada toda una escena con más de ocho personajes, detalles imposibles de ser captados a simple vista y, por lo tanto, infalsificables.
En fin, me despido volviendo al hombre que, creamos en él más allá de lo humano, o no, cambió la historia del mundo, misma que entre muchas otras cosas es medida, antes y después de él… con un dato curioso por demás proclive a debate: ¡no existe el año cero! De entrada, atenta contra el Algebra elemental. Por ejemplo, si la temperatura pasa de 4 grados bajo cero a 4 grados sobre cero el aumento ha sido de 8 grados, pero entre el año 4 a.C. y el año 4 d.C. no han transcurrido 8 años, sino sólo 7 porque falta el año 0.
Jesús, el hombre común con la fórmula cromosómica “XY” de tipo sanguíneo “AB”; el del metro ochenta de altura y 78 kilogramos de peso; de quien se dice ha poseído el mayor IQ de la historia y que erróneamente se cree que nació el 25 de diciembre.
Jesús, el que muy probablemente “los rollos del Mar Muerto” descubiertos en Qumram en 1947, contengan su verdadera historia, para bien o para mal de la iglesia católica.
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