Rubén le arrancaba los colmillos a los tiburones para hacer dijes, pero esos tiempos de intrepidez pasaron y hoy, ya ciego, trabaja con cocos y otros materiales para hacer artesanías y ganar unos pesos.
Eran sus años de juventud en los que el mar constituía su fuente de inspiración y de vida.
Hoy, a los 80 años de edad, trabaja en lo que puede para hacer más productos y venderlos en la zona del Malecón de Veracruz.
Rubén Flores Hernández hizo de todo o casi todo en su juventud.
Con los ojos apuntando hacia ningún lugar porque ya no registran imágenes a causa de las cataratas, parece sumergirse en la profundidad del mar y emerger en un mundo desconocido.
Dice que sí hace algunas artesanías, no tantas ni todas las que quisiera, pero todas reflejan su paso por el mar y cómo recuerda su profundidad.
"A veces sí hago artesanías; otras no porque ya casi no veo, sólo me quedé con la nostalgia. Tiene como 15 años que perdí la vista, por las cataratas, y como ya tengo 80 años parece ser que al operarme me vaya peor: ya no es conveniente".
"Yo me instruí en libros de historia, Selecciones del Readers Digest; vendí dientes de tiburón desde 1976".
Y explica el misterio de los dientes de tiburón; además, cómo lograba quitárselos a los enormes escualos.
"El diente de tiburón no existía prácticamente. En basureros de Alvarado los pescadores tiraban las mandíbulas, ahí se descarnaban, todo lo que era dientes, bien limpios, era lo que yo empecé a ver.
"Usaba los colmillos de tiburón para hacer dijes; hay gente que los atrae, que para el amor; con una plumilla fina que se llamaba puntilla, con tinta china, y les ponía yo frasecitas bonitas, como 'el amor a distancia son cuernos en abundancia', o 'con todo cariño para mi suegra', pero frases cortas, no tan grandes", platica con los ojos apuntando hacia ningún sitio en especifico.
Durante la visita, su esposa no se encontraba porque tuvo que ir al médico.
"Su rodilla ya no... entonces le están fallando sus rodillas y requiere reposo", explica el artesano.
Su pasión por el mar viene desde su juventud, cuando trabajaba en los barquitos que llegaban a Alvarado y él hacía mandados.
Ahora el mar le ayuda a sobrevivir mediante la confección de artesanías.
"En la bolsa de mi guayabera me dejan equis cantidad. Antes yo hacía barcos, me instruí, los Liberty. En mi juventud anduve en esos barcos, subiendo y bajando, haciendo mandados, y aquí en el muelle conocí esa clase de barcos, sus dimensiones y los ponía a la venta", señala el artesano invidente.
A lo largo de su vida atesoró experiencias y recuerdos fugaces que llegan y se van en forma intermitente, como destellos de luciérnagas traviesas.
Hoy en día trabaja más con la cáscara de coco, un taladro y materiales diversos.
Ya no distingue los colores pero de pronto le llega a su cerebro algo parecido a un relámpago y es como si viera los colores.
Prefiere hacer algo, lo que le permita su naturaleza, antes que resignarse al silencio, que es lo que vendría después de la oscuridad en que se encuentra.
"A mi edad mucha gente tiene los dedos de gatillo porque no ponen a funcionar sus manos".
Yo ya lo tenía, tronaba mi dedo, tronaba, hasta que agarraba un poco de movimiento.
"Yo uso el taladro, uso las pinzas, para engarzar, no estoy así nada más. 'Te vas a engarruñar', se reprende a sí mismo".
Rubén tiene esposa e hijos, pero en ocasiones está solo en un espacio del Mercado de Artesanías 'Miguel Alemán Valdés'.
Advierte que debe cuidarse mucho porque en alrededores del Malecón de Veracruz pululan personas en quienes no confía.
"Yo tengo trabajo al cerrar, porque aparte que me ayudan mis vecinos, no se puede bajar un vestido porque se lo llevan y lo van a vender en muchos lugares.
"Aquí hay mucha gente que no viene a pasear, viene a llevarse las cosas, para venderlas. Ése es el mundo del diario despertar de nosotros", señala Rubén Flores.
Fotos: Heladio Castro | IMAGEN DE VERACRUZ
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