Veracruz padece una alarmante tasa de secuestros que no muestra signos de detenerse. La historia de Fernando, un empresario veracruzano secuestrado durante 11 días en 2022, exhibe la realidad que viven cientos de familias.
Las víctimas no solo enfrentan la brutalidad de sus captores, sino también la indiferencia de las autoridades estatales, lo que deja a las familias en una situación desesperada.
Fernando es un tipo común, un pequeño empresario en crisis, de esos que abundan en Veracruz: trabajo duro, un negocio propio y deudas que parecen interminables.
Su negocio, dedicado a la publicidad impresa en Tuxpan, le daba lo justo para sobrevivir. Lo que no sabía Fernando es que en este lugar del Golfo de México, actualmente en disputa entre el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y el de Sinaloa, tener éxito, aunque sea mínimo, es una sentencia de muerte.
Aquí, tener ingresos legales a base de esfuerzo no se celebra, se castiga a manos de los grupos del crimen.
De acuerdo con un testimonio del periodista Óscar Balderas en un medio nacional, todo comenzó con una transferencia inesperada: 600 mil pesos por un trabajo de impresión de folletos que debía entregarse con urgencia.
Fernando no podía creer su suerte. Paga las deudas, planea un viaje con su familia y aparta una parte para reinvertir en el negocio.
Fernando ya sabe lo que está pasando. Aquí, cuando las calles se tragan a alguien, es porque lo han secuestrado.
Según la organización civil Alto al Secuestro, encabezada por Isabel Miranda de Wallace, este estado se ha convertido en el epicentro de este delito en México. Desde 2018 hasta agosto de 2024, Veracruz ha registrado mil 62 secuestros, más que el Estado de México, una entidad con más del doble de población.
Las cifras oficiales del gobierno estatal, sin embargo, cuentan una historia diferente. Las autoridades clasifican los secuestros bajo diferentes términos como "rapto", "impedimento para circular" o "otros delitos que atentan contra la libertad", lo que diluye la gravedad de la situación y reduce los números en los informes oficiales.
Esta manipulación de los datos impide que se refleje la verdadera magnitud del problema.
El secuestro no es un acto de desesperados, es un negocio. Y como todo negocio, tiene su estructura, sus jerarquías, sus métodos. En este sistema, hay actores principales, como ´El Choncho´, el líder de la banda que secuestró a Fernando, presumiblemente un ex integrante de Los Zetas.
"El Choncho" no es un nombre cualquiera. No es un improvisado. Es un profesional del crimen. El secuestro aquí no es una acción al azar, es una operación bien organizada.
Fernando lo sabe desde el momento en que siente el primer golpe y escucha la voz al otro lado del teléfono amenazando a su esposa.
"Diez millones de pesos o le cortamos la cabeza", le dicen. Esto no es solo una extorsión. Es una demostración de poder. Los secuestradores en Veracruz no solo quieren dinero, quieren control.
En este estado, las autoridades no son quienes controlan varias partes del territorio, por más ruedas de prensa que ofrezcan sus funcionarios para afirmar lo contrario. Lo hacen los cárteles y las células del crimen organizado.
En varias regiones, Veracruz es una zona de guerra no declarada, donde los enemigos son invisibles, pero omnipresentes. Fernando está atrapado en una casa que apenas conoce. Con los ojos vendados, solo puede contar los pasos, las escaleras, intentar crear un mapa mental de su prisión.
La temperatura en mayo en Tuxpan alcanza los 40 grados. El calor no es solo una molestia, es otra forma de tortura. Los secuestradores lo saben. "Una torta de huevo y un vaso de agua al día de la llave", le ofrecen, mientras su cuerpo comienza a deteriorarse.
"El Choncho" no improvisa. Es metódico, como todo en el crimen organizado. Las órdenes que da son claras, precisas. El secuestro es una industria y como tal, debe ser eficiente.
Cada golpe, cada amenaza, cada tortura está medida para maximizar el terror y asegurar el pago. Fernando ya no es un hombre; es un número, una transacción. Lo que ocurra después depende del dinero que pueda reunir su esposa.
Las estadísticas oficiales mienten: Veracruz es la meca del ´levantón´, pero eso no es lo que dicen las cifras del gobierno. Todo para maquillar la realidad y presumir una baja en el delito.
Pero la gente en Veracruz lo sabe. No necesita ver las cifras ni escuchar a los imitadores de Javier Duarte en el actual Gobierno de Veracruz. Vive la realidad.
Fernando, después de once días de cautiverio, fue liberado, arrojado en una playa, con la orden de contar hasta 200 antes de quitarse la venda.
Regresa a casa, pero su casa ya no es un hogar. Su familia está destrozada. Su esposa, que logró juntar el dinero para su liberación tras el secuestro, ha vendido todo lo que tenían. Sus hijos ya no juegan en la calle. El miedo los ha encerrado. Fernando está libre, pero sigue siendo prisionero.
Pero irse no es tan fácil. A veces, Veracruz no es solo un lugar físico, es un estado mental, una condena que se lleva a donde uno va, reflexiona.
Las víctimas del secuestro no solo pierden dinero, pierden su sentido de seguridad, su confianza en el sistema, en el gobierno. Lo que antes era un estado de oportunidades, ahora es un territorio gobernado por el miedo.
Fernando va a la fiscalía. Le cuentan una fábula: "Está vivo, ya es ganancia". El resto es burocracia, papel que se apila en oficinas donde nunca pasa nada. Veracruz se ha acostumbrado a que no pase nada. Al puro estilo de la retórica de Javier Duarte...
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Fernando sabe que su historia no tendrá un final feliz. Lo sabe desde el momento en que salió de la camioneta y sintió la arena bajo sus pies.
Aquí, el secuestro es la ley. Veracruz no es solo un lugar, es un sistema paralelo donde la vida humana tiene un precio, y ese precio lo fijan quienes controlan las armas y reparten la muerte.
Fernando está vivo, pero ya no es libre. En muchas regiones de Veracruz, como Tuxpan, la libertad es lo primero que te roban.