En noviembre de 2023, Arturo Zacarías y Marcos Gómez, dos tripulantes del buque Galaxy Leader, oriundos de Veracruz, no imaginaban que su viaje de rutina por el mar, los marcaría de por vida.
Arturo, con la mirada fija en su rutina diaria, no tenía ni la menor idea de que su vida cambiaría para siempre en un abrir y cerrar de ojos. Estaba a punto de vivir una pesadilla.
El marino de Misantla había estado en el mar por cinco meses y no tenía idea de que se encontraba en medio de una guerra. En ese momento, lo único que ocupaba su mente era la serie que estaba viendo, ajeno a la tormenta que comenzaba a desatarse sobre él.
Al estar recluido en esa especie de cárcel flotante, Arturo habría preferido cualquier otra cosa que no fuera lo que estaba por ocurrir. Un helicóptero apareció repentinamente, rompiendo la rutina. Un ruido que no prometía nada bueno.
El capitán del barco, con una calma inquietante, dio la orden. "Ríndanse, no intenten nada, tenemos catchers a bordo". ¿Catchers? Nadie sabía qué era eso, hasta que vieron el rostro de los hombres que descendían del helicóptero. Catchers, un término extraño que el miedo no permitió procesar.
No hubo resistencia. No había tiempo para preguntas, solo para actuar. El Galaxy Leader fue capturado por los rebeldes hutíes de Yemen. Un conflicto ajeno al día a día del barco se trasladó sin previo aviso a su realidad.
La primera pregunta que se hicieron los tripulantes del Galaxy Leader no fue si escaparían con vida. Esa pregunta vino después. La primera fue una más simple: ¿por qué nosotros?.
El Galaxy Leader no tenía nada que ver con el conflicto en Gaza, ni con Yemen, ni con ninguna de las facciones en lucha. ¿Por qué el barco fue tomado? ¿Qué papel jugaban ellos en todo esto? Nadie sabía.
La relación entre los secuestradores y los secuestrados se definió rápidamente. No hubo gritos. No hubo explosiones. No hubo la violencia que uno podría esperar de un secuestro en medio de aguas traicioneras.
El veracruzano Arturo recordó las primeras palabras de los rebeldes: "No somos piratas. Somos del país de Yemen, del grupo de los hutíes. No se preocupen, todo estará bien. Necesitamos su cooperación", una presentación que, aunque pacífica en tono, dejaba claro que la situación no tenía salida fácil.
Los hutíes, que se encuentran en guerra con Arabia Saudita y otras fuerzas regionales, justificaron la acción diciendo que el dueño del barco era israelí y que su objetivo era presionar a Israel a través de esta toma.
El marino veracruzano, al igual que sus compañeros de tripulación, no entendía nada, pero lo aceptó. Había algo que no se podía discutir: la guerra había llegado a su puerta.
Había algo de surrealismo en todo esto: eran prisioneros, pero al mismo tiempo, casi 'turistas' en un país en guerra.
"Nunca nos faltó la comida, el agua, no nos trataron mal. Allá nos trataron como si siempre fuéramos sus invitados. Nosotros no éramos rehenes, no éramos prisioneros, éramos sus invitados. Nos llevaron algunos folletos y platicaron de la guerra que había en Palestina".
Los momentos de desesperación mental eran lo más difícil de sobrellevar. El estar encerrado, sin saber cuándo se regresaría a casa en Veracruz, era un castigo peor que cualquier maltrato físico.
Las semanas se convirtieron en meses, y el cautiverio se alargó. El tiempo en la guerra se mide en latidos, no en minutos. Más de un año pasaron los veracruzanos Arturo y Marcos a bordo del Galaxy Leader sin saber si verían nuevamente a sus familias.
Las noticias del mundo no llegaban, solo el eco de un conflicto lejano les hablaba. El Mar Rojo era su cárcel y su única ventana hacia el mundo era la radio de los secuestradores.
En este limbo, el concepto de "cese al fuego" se volvió crucial. Durante semanas, Arturo había seguido los avances del conflicto, esperando el momento de liberarse de la guerra. Ser prisionero es una lección de paciencia y desesperación.
Y entonces llegó el día: el acuerdo entre Hamas e Israel para un cese al fuego en Gaza. Una esperanza más que una certeza. Fue un retraso de solo dos horas, pero para ellos fue todo. La promesa de salir de allí, de regresar a casa, finalmente parecía real.
La noticia fue recibida con euforia contenida. Después de 430 días, los veracruzanos Arturo y Marcos serían finalmente liberados.
El miedo es un idioma universal, aunque se grite en silencio. ¿Cómo se siente uno al escapar de la guerra sin haber sido parte de ella? ¿Cómo se reconstruye la vida después de tanto tiempo sin saber si el próximo día sería el último?
Arturo no sabía qué sentir. La sensación de alivio se mezclaba con el miedo, el cansancio y, quizás, un poco de incredulidad.
Cuando el veracruzano Arturo fue liberado, tuvo que enfrentar una pregunta difícil: ¿qué hacer después de todo eso?
"Fue solo el momento y el lugar equivocado". El futuro, aunque incierto, se asoma ante él.
A fin de cuentas, la guerra no es algo que uno elija, y a veces, lo peor de ella no es lo que pasa en el campo de batalla, sino lo que pasa dentro de uno mismo...