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Aunque la vida la sometió a una dura prueba con la desaparición de su hijo Yael Zuriel Monterrosas Jiménez, la maestra Ana Lilia Jiménez Sandoval, o Lilí, como la conocen cariñosamente muchas personas, es un ejemplo de resiliencia con ese amor de madre que la ha llevado a buscar por 12 años a su hijo y que también le sobra para dar a sus alumnos, a quienes muchas ocasiones ha ayudado más allá de su deber.
Originaria de Camerino Z Mendoza, se vio influida en querer ser maestra por sus padres Alfredo Jiménez y Alicia Sandoval, de profesión docentes, lo mismo que sus abuelos maternos, la profesora Constantina Hernández y Guadalupe Sandoval.
Aunque su hermano mayor ya falleció, su hermano más pequeño es un reconocido alergólogo que recibió recientemente un reconocimiento por parte del ex gobernador, al cual presume.
"Soy madre de dos hijos, Xiomara y Yael Zuriel, el último desaparecido hace 12 años y unos meses en la ciudad de Orizaba cuando él tenía tan sólo 15 años y 10 meses de edad", comentó.
La maestra Lilí refirió que lleva 28 años dedicada a la docencia, la misma edad que tendría su hijo, y cuando inició a laborar lo hizo en Sierra de Agua, Acultzingo, de donde varios años después, en el 2001 le dieron su cambio de plaza a Huiloapan, en donde pasó la mayor parte de su vida laboral y apenas hace un año llegó a Río Blanco.
Comentó que una de sus mayores satisfacciones es tener a niños de primer grado, porque enseñarles a leer y ver cómo comienzan a hacerlo es muy satisfactorio.
Sin embargo, reconoció que hay situaciones que marcan la labor de los docentes, que tocan su lado humano y, en su caso, también el maternal al ver que un niño no desayuna nada porque no le pusieron nada en su casa porque son hijos de madres solteras y trabajan y quienes se quedan a cargo de ellos no siempre los pueden atender.
Refirió que recuerda un caso de un alumno de quinto grado que a sus escasos años se drogaba fumando mariguana, por lo que comenzó a hablar con él y así se dio cuenta que su historia era muy triste, porque su mamá rehízo su vida y lo mandó con la abuela materna, pero ahí llegó también una hermana de su madre y entonces lo mandan con la abuela paterna, con quien casi no había tenido contacto.
"Él decía que si no iba a comer a la hora que lo llamaban se tenía que esperar a la siguiente comida. Con un estómago vacío no ponen atención, se dormía en la clase", contó.
En un momento le dijo que él necesitaba una madre y ella necesitaba a un hijo, entonces comenzó a tratarlo un poco como tal, a explicarle los riesgos de la droga y poco a poco él comenzó a confiar a su vez en ella y a sentirse apreciado.
Hoy, mencionó, es un hombre de bien que tiene su propia familia, pero recuerda a "su mamá Lilí".
Sin embargo, señaló, no fue el único caso triste que le tocó ver, pues hay niños abusados sexualmente, algunos con otros conflictos, y sus compañeros maestros le decían que no se involucrara, porque podía tener problemas y nadie le iba a agradecer y sí hay un riesgo, pero siempre ha sido para bien el inmiscuirse en sus vidas.
Es por esos niños que se encuentra ahora ya adultos o jóvenes y se le acercan a saludarla y le dicen que ya están estudiando una carrera, que no cambiaría nada de lo que ha hecho en su vida como profesora.
Lo que sí le gustaría, mencionó, es que hubiera mejor infraestructura, mejores mesabancos, los equipos de enciclopedia y esos programas interactivos que eran muy buenos para trabajar y que se atendieran las carencias que hay en escuelitas que aún usan letrinas o se están cayendo.
Esta labor, la maestra Lilí la combina con su participación en el Colectivo de Familiares de Desaparecidos Orizaba-Córdoba, como parte de la lucha incansable en la búsqueda de su hijo, de quien no pierde la esperanza que un día regrese a ella.