Cuando una persona solicita un préstamo a una institución financiera, es común que se enfrente a una serie de requisitos para garantizar el pago.
Además de demostrar ingresos y firmar contratos, algunas entidades exigen un aval como medida de respaldo.
En términos prácticos, el aval se convierte en un deudor solidario que puede ser demandado directamente por la institución financiera desde el primer retraso en los pagos.
Jesús Chávez, experto en análisis financiero de la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (Condusef), advierte que ser aval puede poner en riesgo la estabilidad económica de quien acepta esta responsabilidad.
Se solicita un aval principalmente en préstamos personales, empresariales y automotrices cuando el deudor no ofrece garantías suficientes para respaldar el crédito.
Las entidades financieras realizan un análisis detallado tanto del solicitante como del posible aval.
Si el solicitante carece de un historial crediticio sólido o de una situación económica favorable, el banco busca en el aval las características que el deudor principal no puede ofrecer, como un mejor historial financiero o bienes que sirvan como garantía.
En préstamos de menor monto, como tarjetas de crédito, es menos frecuente que se exija un aval, pero cuando se trata de cantidades significativas, esta figura se vuelve indispensable.
Desde el primer incumplimiento, el aval puede ser legalmente obligado a cubrir la deuda.
Los bancos suelen otorgar un plazo inicial al deudor principal, pero si este no regulariza su situación, el cobro se traslada al aval. Los mecanismos de recuperación incluyen acciones legales, embargos o renegociaciones de la deuda.
Además, tanto el deudor como el aval enfrentan consecuencias en su historial crediticio, lo que puede afectar su capacidad para acceder a futuros préstamos.
Existen casos de extorsión en los que los estafadores se hacen pasar por instituciones financieras para exigir pagos bajo el pretexto de que alguien es aval de un deudor moroso.
Es importante recordar que nadie puede convertirse en aval sin firmar un contrato de manera presencial.
Renunciar a la figura de aval es posible solo con la aprobación de la institución financiera, y siempre que se designe un sustituto.
Asimismo, algunos créditos permiten dividir la responsabilidad entre varios avales, reduciendo así el impacto en una sola persona.
Ser aval no es una decisión que deba tomarse a la ligera. La confianza entre el aval y el deudor principal es clave, así como la lectura cuidadosa de las condiciones del préstamo, incluyendo intereses y plazos.