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En su célebre obra El hombre mediocre, José Ingenieros expone una profunda reflexión sobre los vicios que corrompen el alma humana, siendo la envidia uno de los más destructivos. Esta, según Ingenieros, no es solo una debilidad moral, sino una "ponzoña del espíritu", que se infiltra en lo más profundo del ser, que corroe la capacidad de disfrutar de la vida, de celebrar los logros ajenos y, sobre todo, de encontrar la paz interna. El argentino define al hombre mediocre como aquel que se limita a comparar su vida con la de los demás, siempre desde la perspectiva de la competencia, la frustración y la inseguridad.
En este contexto, la envidia se convierte en el motor de la mediocridad, en un sentimiento que consume y oscurece la auténtica esencia de la persona. La envidia, en su forma más pura, es la incapacidad de aceptar la diferencia entre lo que somos y lo que otros son o tienen. Es un veneno que distorsiona nuestra percepción de la vida, destruyendo nuestras relaciones, nuestro bienestar y nuestra capacidad de crecimiento personal.
Cuando nos dejamos atrapar por la envidia, dejamos de ver el valor en nuestras propias vidas y nos concentramos obsesivamente en lo que otros poseen, en lo que hemos perdido o en lo que desearíamos tener. Pero en lugar de impulsarnos a mejorar, la envidia nos frena, nos detiene, nos convierte en prisioneros de nuestros propios deseos insatisfechos. Este sentimiento no solo nos roba la paz, sino que nos convierte en personas pequeñas, incapaces de celebrar la victoria de los demás, de aprender de ellos o de disfrutar de nuestros propios logros.
La envidia se convierte, en este sentido, en una especie de "suicidio emocional". Nos condena a vivir en un estado constante de insatisfacción, pues siempre habrá alguien que parezca tener más o haber alcanzado más rápido lo que nosotros anhelamos. Sin embargo, esta competencia imaginaria no tiene fin. En lugar de empoderarnos, nos reduce, nos hace más pequeños y nos aleja de lo que realmente importa: nuestro propio camino y nuestra propia verdad.
La envidia se alimenta de la falta de autoestima, de la inseguridad frente a lo desconocido y de la incapacidad de aceptar que cada ser humano tiene su propio destino, con sus luces y sombras.
Desde el punto de vista de la psicología social, se comprende que la envidia no es solo una cuestión individual, sino que también está profundamente vinculada al contexto social. Vivimos en una sociedad que exalta el éxito material, el poder y el reconocimiento externo, mientras que minimiza las cualidades internas y el desarrollo personal. En este entorno, la envidia se convierte en un fenómeno casi inevitable. Sin embargo, más allá de las circunstancias sociales, cada individuo tiene la capacidad de liberarse de este lastre. El verdadero antídoto contra la envidia no es la competencia ni la comparación, sino el autoconocimiento y la aceptación profunda de uno mismo.
La envidia, como todo veneno, solo tiene poder cuando permitimos que entre en nuestro sistema. Al aprender a reconocerla, a confrontarla y a elegir el camino del autoconocimiento y la aceptación, podemos liberarnos de su yugo y vivir una vida plena y auténtica. La verdadera grandeza, como nos recuerda Ingenieros, no radica en lo que otros tienen, sino en lo que somos capaces de construir y de ser con lo que tenemos. La envidia no es más que una ilusión creada por nuestra incapacidad de ver lo que realmente importa: ser genuinos y felices con lo que somos y lo que tenemos. Soy Delio Salas y recuerda que el año tiene 365 días, pero nosotros tenemos un minuto para crecer.
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