México padece la sacudida brutal de un terremoto silencioso: el desastre educativo.
El Banco Mundial alerta: 4 de cada 5 niños mexicanos de 6º de primaria no comprenden un texto de longitud moderada.
Gracias a otros estudios, ya sabíamos que los estudiantes de primaria están reprobados en matemáticas, en ciencia, en lectura, con respecto a estándares internacionales.
El desastre educativo nos condena a un subdesarrollo mental, que se traducirá en mayor pobreza.
El mundo se mueve con vértigo: la capacidad de generar riqueza se basa en la innovación, la creatividad, la colaboración. Las empresas más grandes y ricas del mundo se dedican a la tecnología, ya no a la explotación de recursos naturales ni a la manufactura.
Por tanto, las capacidades intelectuales, el aprendizaje permanente, las habilidades mentales son la clave de la prosperidad presente y futura.
La razón del desastre es un pésimo manejo de la pandemia y una visión ideológica de la educación.
Tras la pandemia, más de 5 millones de estudiantes abandonaron la escuela. Tendremos, así, 5 millones de desempleados o empleados informales en el futuro: una bomba de tiempo.
Pero quienes sí regresaron a las aulas, no recibieron un programa de actualización que les permitiera recuperarse del rezago. Por ello, en el más reciente estudio de la OCDE se destaca que el nivel educativo tuvo un retroceso de diez años, cuando ya la escuela mexicana estaba mal.
Agréguese a esto la imposición de libros de texto que no están a la altura de los retos de una economía del conocimiento y el adoctrinamiento comunista de los maestros.
Este desastre no sólo condena el porvenir del país: es profundamente injusto.
Golpea más, con toda su fuerza brutal, a los que menos tienen. La población necesitada es la que no puede pagar estudios privados. Tiene que usar los libros de texto gratuitos. Acude a escuelas donde no sólo no hay internet, sino en ocasiones luz, baños, salones.
La desigualdad, así, se hará más ancha y pavorosa.
Ya lo advierte el Banco Mundial: de los niños más pobres, hoy 1 de cada 4 no puede leer un párrafo simple.
Un terremoto silencioso.
Silencioso, hasta que termine por demolernos.