En un país que aún se enfrenta a las secuelas de la violencia y el crimen organizado, la evolución de las adicciones parece ser uno de los desafíos más silenciosos y devastadores. Por primera vez, la persona al frente del Poder Ejecutivo parece haberse dado cuenta de esa realidad y puesto como eje central de sus políticas el combate a las adicciones, con un énfasis especial al combate en el consumo de fentanilo.
Fue así que en medio del debate en Estados Unidos por culpar a México por el grave problema de adicción que atraviesa y las muertes que ha desencadenado el consumo de fentanilo, la presidenta Claudia Sheinbaum respondió desde la conferencia mañanera que cada gobierno debe hacerse responsable de lo que le corresponde.
No solo dejó claro que México no es país de origen del fentanilo, sino que su consumo será combatido con una política estricta y bien estructurada de combate a las adicciones.
Pero para tener un panorama de la magnitud del problema, me remito a un informe reciente de la Secretaría de Salud sobre el consumo de drogas en México, el cual ha revelado un dato alarmante: el fentanilo, esa droga sintética devastadora que ha causado miles de muertes en Estados Unidos, ya ha hecho su aparición en 30 de los 32 estados del país.
Si bien el gobierno ha reconocido el problema, lo sigue viendo como algo poco grave. Nada más alejado de la realidad, la creciente incidencia de esta droga y otras como la metanfetamina nos obliga a reflexionar sobre la magnitud del reto y las medidas que aún están por tomarse.
Hasta ahora, para las autoridades el consumo de fentanilo no constituye un problema generalizado en México, el informe 2023 del Sistema de Vigilancia Epidemiológica de las Adicciones (SISVEA) revela que 922 personas de todo el país han reportado haber consumido fentanilo alguna vez en la vida, un dato que, aunque aún bajo en comparación con otras sustancias, debe ser un punto de alerta.
Lo más preocupante no es solo el número, sino la tendencia. Lo que comenzó como un fenómeno de consumo limitado a la frontera norte, hoy se extiende hacia el sur, con los estados de Baja California, Sonora, Chihuahua y Nuevo León reportando la mayor prevalencia.
Este opioide sintético, cuyo uso ha sido vinculado con una alarmante ola de muertes por sobredosis en el vecino país del norte, está comenzando a dejar huella en México. Y aunque el gobierno federal ha lanzado una campaña para combatir su consumo, debe entender que el problema es más complejo de lo que parece.
El fentanilo no solo es barato y fácil de producir, sino que su presencia ya no se limita a los consumidores más vulnerables, sino que está alcanzando a jóvenes de entre 15 y 29 años, un grupo demográfico particularmente susceptible.
Es innegable que México enfrenta una crisis de salud pública relacionada con las drogas. El consumo de fentanilo es solo la punta del iceberg. El aumento de esta droga sintéticas y su rápida adopción por parte de las nuevas generaciones pone en evidencia una de las fallas más profundas del sistema de salud y prevención en el país: la falta de recursos, educación y programas efectivos para combatir las adicciones desde su raíz.
México no puede permitirse seguir ignorando la magnitud de este fenómeno y la presidenta parece tenerlo claro, trayendo el tema al debate público e iniciando acciones que dejaron de lado otros gobiernos.
X: VictorToriz