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La guerra entre Israel y Hamás, los peligros de la inteligencia artificial, el incesante cambio climático e incluso las noticias de farándula tienen algo en común: la necesidad de poder que hemos mostrado como seres humanos, la búsqueda constante de dominar a otro, de tener el descubrimiento que nos permita controlar el mundo, mostrar la superioridad de nuestro ser por encima de otras especies. Todo esto nos está llevando como sociedad a la mayor destrucción.
Llevamos siglos intentando demostrar quién es más fuerte, colonizar la tierra, invadiendo ecosistemas, buscando únicamente nuestro bienestar y desarrollo, sin siquiera ser conscientes de que quizás tanta expansión eventualmente se revierta. La necesidad del control de los territorios no es algo nuevo, así surgieron nuevas poblaciones con la mezcla de razas y culturas, pero también con el exterminio de otras. Pareciera una utopía la idea de ignorar fronteras y convivir bajo una misma idea: el respeto a los derechos humanos.
Pero incluso bajo esa idea de respeto dejamos de lado a otras especies, el cuidado de nuestra casa común que con la misma urgencia nos pide hacer un alto a lo que mal hemos llamado desarrollo y civilización, las grandes construcciones piden a gritos un cambio e incluso incorporar en este ideario de crecimiento el uso de otros materiales que se adapten a las temperaturas en aumento, que puedan regresar un poco de estabilidad a los espacios siendo más amigables con los ecosistemas.
El creciente desarrollo tecnológico y la necesidad de dominar el mundo nos ha permitido inventar nuevas herramientas, que si bien pueden facilitar tareas, en condiciones incorrectas se vuelven una verdadera amenaza, así pasó con la bomba atómica y hoy en día el mayor punto de vulnerabilidad se encuentra en el mundo digital, donde la inteligencia artificial puede resolver múltiples cuestionamientos, pero en igual magnitud generar dilemas y debates sobre el rumbo que hemos de tomar, pues la línea que separa la realidad del mundo digital es cada vez más delgada.
La ética se vuelve una necesidad imperante, el cuestionarnos la división entre el bien y el mal, dejar de apoyar atentados por la lucha de un territorio que en estricto sentido no pertenece a nadie, hemos de defender la humanidad, conciliar y trabajar en el crecimiento profundo de la empatía. Porque sólo bajo la solidaridad y empatía dejaremos de cultivar una expansión tan dispar, donde se benefician unos cuantos a costa de otros muchos.
Hemos de ser conscientes de las huellas que dejamos a nuestro paso, abrir los ojos a otras realidades, conciliar entre culturas, escuchar nuestra diversidad y pensar en avanzar de manera conjunta, aunque quizás a ritmos menos acelerados.
Llegamos a un punto donde las crisis son tan cotidianas que no lastiman, donde se vuelve casi nulo el concepto de empatía y aún tenemos pendientes muchas batallas humanas, necesitamos profundizar en nuestra humanidad, para comprender cuán urgente es en nuestra sociedad un cambio, considerar que el desarrollo que hemos sostenido ha dejado de ser sostenible, hemos de encontrar un equilibrio entre nuestra permanencia y el entorno. Es urgente y sumamente necesario comenzar a vernos como espejos de otras personas pero también de todas las especies.