El Zócalo de la Ciudad de México volvió a llenarse ante el llamado del ídolo. La gente se reunió ahí, no para asistir a un concierto de Roger Waters o Paul McCartney, sino para acompañar y escuchar al presidente de México en su mensaje por los tres años de su gobierno. Desde temprano comenzaron a llegar desde distintas partes del país. El abarrotamiento de la gran plaza rememoró las imágenes de hace más de quince años, cuando López Obrador se defendió del desafuero promovido por Vicente Fox, o como cuando se asumió como presidente legítimo después de la elección del 2006. En ese entonces ondeaban banderas amarillas con un sol negro. Hoy en día, ya quisiera el PRD tener de apoyo el 0.5% de la aglomeración que tuvo en aquellos años de gloria. El 1 de diciembre de 2021 volvió a demostrarse que las masas siguen apoyando y creyendo en el mismo líder. Un ambiente de fiesta tal vez superior a la celebración que hubo en el Zócalo por su triunfo histórico en 2018. Ninguna mención a la mafia del poder, otrora tan poderosa. Dio sus propios datos. Rechazó la postura del centro porque, según él, la transformación exige definiciones, no medias tintas, avivando aún más la lumbre de la polarización. Agradecimientos al Ejército mexicano. Ovaciones a los dos precandidatos tácitos de Morena. Mientras duró el día, el Zócalo fue una fiesta para aquellos que creen estar en el lado correcto de la historia.
Esta larga historia de lucha y resistencia no la entiende la oposición a Andrés Manuel López Obrador. En su eterno autoengaño, creen que la gente que llenó el Zócalo solamente estuvo ahí a cambio de una prebenda, la clásica torta y el refresco. Para ellos, cualquier apoyo al presidente es comprado, o producto de la manipulación y la ignorancia. Les gana el odio, el resentimiento, la víscera. Si nosotros somos tan inteligentes, ¿por qué nadie nos cree? Si todo lo sabemos, ¿por qué no nos dan otra oportunidad? ¿Por qué en las elecciones nos va tan mal si en Twitter nos va tan bien? No se han dado cuenta que las reglas del juego ya son otras desde la llegada del lopezobradorismo al poder. Piensan que la gente siente su misma nostalgia por el pasado inmediato, como si este país hubiera sido una especie de paraíso cuya prosperidad se perdió un minuto después de la toma de posesión de López Obrador. Sobre el festejo más reciente en el Zócalo, hacen alusiones forzadas a los mitines que allí hicieron Luis Echeverría y José López Portillo en los años 70s. O se ponen a contar los metros cuadrados de la plaza para rebatir que allí no cupieron 250 mil personas, sino 245 mil.
Los analistas no han podido descifrar cuál es la razón del éxito lopezobradorista. ¿Por qué después de una pandemia terrible, un desabasto de medicinas, una violencia creciente, inflación del 7%, su respaldo popular se mantiene inalterable? Tantos años lleva López Obrador siendo protagonista de la política nacional y siguen sin comprender su naturaleza. “Es que la gente es tonta, pendeja, no sabe”, y luego los vemos pidiéndoles el voto con una sonrisa, hablándoles en un lenguaje extraño y fingido.
¿Será que la mayoría prefiere las promesas del gobierno a regresar a la ruindad del pasado? A pesar de todo, parecieran decir, este presidente me gusta. Frente al enorme poder de López Obrador, el desierto. Por eso no quieren participar en la consulta de revocación de mandato. Por eso perdieron el discurso, la épica y la imaginación política. Por eso nadie se pregunta quién será el candidato de la oposición. Tres años después, y siguen sin reconocer que permanecen moralmente derrotados.
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