México está enfrentando un reto a su gobernabilidad como no se había visto, posiblemente desde 1994.
Aquel fue un año fatídico. Arrancó el primer día de enero, con la irrupción en Chiapas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional que declaró la guerra al Estado mexicano. Meses antes había sido ejecutado el Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en Guadalajara. En marzo del 94 fue asesinado Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la presidencia y en septiembre, José Francisco Ruiz Massieu. En noviembre renunció el secretario de gobernación y en diciembre el peso colapsó.
Hoy vivimos una situación extremadamente grave que hace crujir la estabilidad del país.
Sinaloa es un estado secuestrado: por el miedo y por una guerra intestina dentro del Cártel de Sinaloa, el más poderoso del mundo. Entender lo que pasa sólo es posible revisando sus saldos: de septiembre al 20 de noviembre, el noroeste ha contabilizado 425 asesinatos, 501 desaparecidos y 46 criminales abatidos. Una guerra, en efecto. Una que se desenvuelve sin que haya autoridad. El gobernador es un fantasma inútil y, para todos los efectos prácticos, no hay estado.
Guerrero es un polvorín. Grandes regiones del estado están tomadas por el Narco. El alcalde de la capital fue decapitado por su encargado de seguridad pública. La encargada del ejecutivo (que no gobernadora), canta, mientras su estado se ahoga en sangre y protestas.
Chiapas, otra vez, es una entidad en llamas, al grado que hemos visto el acontecimiento insólito del éxodo de mexicanos afligidos hacia Guatemala. El Edomex se sacude por la detención de la alcaldesa de Amanalco y 5 jefes policiacos de diversos municipios, gracias a la primera acción categórica que emprende la autoridad federal contra una red de corrupción y complicidad de otro nivel de gobierno.
No sólo es el crimen. La polarización incesante divide y desgarra la concordia. Acapulco es una zona de devastación. A esa ciudad icónica la ha golpeado un huracán doble: el meteorológico y el de la incompetencia y la indolencia gubernamental. Diario, a toda hora, hay protestas. El hartazgo sólo es equivalente al desespero.
Jalisco ha emprendido el camino para salirse del pacto fiscal. Esa postura la respaldó pronto el multimillonario Ricardo Salinas Pliego y sugiere se sume Nuevo León. Independientemente de la posibilidad y pertinencia de la medida, su trasfondo político revela serias fisuras en el diálogo y el trato a las regiones del país.
Si a esto se suman las tensiones que se generarán en las fronteras con la llegada a la presidencia de Donald Trump con el tema migratorio y las posibles deportaciones masivas que prepara, la gobernabilidad es un rompecabezas revuelto y complejo.
La inestabilidad, tarde o temprano, contagiará a los mercados.
Es vital que surja el talento político en el país. No se ve en el horizonte quien pueda tejer un gran acuerdo nacional y reacomode los resortes de gobernanza y tranquilidad en diversas regiones.
A la nación le faltan políticos de altura, estadistas, que entiendan el momento, conecten con el mundo y posean la capacidad de reimaginar la gobernanza y reconstruir al Estado. No los hay en el gobierno ni en las oposiciones.
Habrá que encontrarlos.
Y pronto.
@fvazquezrig