Herramientas de análisis prospectivo, como las encuestas, estadísticas y el uso de un robusto compendio de fórmulas matemáticas han manifestado, una vez más, que todo pronóstico destinado a explicar el futuro comportamiento humano representa una labor de análisis imprecisa e imposible de ser garantizada.
El pasado 8 de noviembre, la Unión Americana celebró los denominados comicios de medio mandato, donde se eligieron a 435 miembros de la Cámara de Representantes (Diputados), 35 escaños del Senado, 36 Gobernadores, así como a diversos funcionarios estatales encargados de supervisar futuros procesos electorales. Los resultados de dicha contienda electoral exhiben dos inesperadas conclusiones.
Primero: el descontento de los norteamericanos, hacia las condiciones socio-económicas de su país, no arbitró en la muy pronosticada derrota de los demócratas. Segundo: el partido de Biden ganó la mayoría en el Senado, perdió la mayoría en la Cámara de Representantes (por tan solo 8 escaños) y técnicamente está empatado en gobernaturas con el Partido Republicano.
El presidente Biden, se dice ahora, no perdió (pero tampoco ganó) y se ha estado afirmando que, con estos resultados, los republicanos parecen haber signado, con sangre, la irrevocable jubilación de Donald Trump de la política norteamericana. Esta última, una nueva afirmación prospectiva que podría ser dolorosamente refutada en el año 2024.
Tomando distancia de lo que sin duda es una derrota para el Partido Republicano, que aún se encuentra bajo la sombra de Donald Trump, en este espacio exploramos un conjunto de elementos que pueden auxiliarnos a entender por qué este personaje (después de tal derrota) no debe de ser descartado para la siguiente carrera presidencial.
Donald Trump, después de dos años de haber perdido la presidencia, es un líder que continúa gozando de una gran popularidad entre sus acólitos (48% de los republicanos apoyan a Trump en su futuro proyecto presidencial). Una popularidad que, por cierto, parece ser inmune a ese desgaste natural que sufre todo aquel proyecto político que ha conocido la derrota. El poder político de Trump no parece emanar de un proyecto republicano de nación, sino de una movilización social que solo puede alcanzarse a través de la construcción de una sólida ideología.
Una ideología es el mecanismo por excelencia con el que un grupo de seres humanos es provisto de una misma identidad; con la cual, y a través de un plan de acción común, buscará defender su exclusiva visión del mundo. Solo las ideologías -y la religión- tienen la capacidad de inculcar, en los individuos, una forma de pensar y de actuar común. Lo que hace una ideología es otorgar a sus agregados una claridad, que siempre será necesaria, para entender a un mundo progresivamente cambiante.
El proyecto político de Donald Trump parece responder a esa singular dinámica que suele dar forma y solidez a las ideologías. Millones de norteamericanos incapaces de entender las razones de un creciente desempleo, pobreza y marginación (siendo la primera economía del mundo), optaron (hace seis años) por retirar su apoyo a las fuerzas políticas tradicionales y se lo otorgaron a un proyecto, que más que político, sería de venganza y señalamientos ideológicos dirigidos.
Si bien, el Trumpismo podría rápidamente ser tipificado como una ideología -lo que la haría prácticamente indestructible-, habrá que ver si dicho proyecto realmente cumple con los requerimientos particulares que, de acuerdo a Terence Ball y Richard Dagger, una ideología debe cumplir; si pretende ser tipificada como tal.
En su obra titulada “Political Ideologies and the Democratic Ideal”, estos autores postulan que una ideología, como tal, debe cumplir con cuatro funciones sustantivas: explicación, evaluación, orientación y programa político. Funciones, que en lo subsecuente abordaremos de forma particular para conocer si el Trumpismo califica como ideología, o solo es una manifestación transitoria de hartazgo y desesperanza.
1) Explicación: Para estos autores son los momentos de crisis cuando una ideología emerge y busca ofrecer una respuesta a todos aquellos que -desesperadamente- demandan una explicación. Con la firme pretensión de captar la mayor cantidad de adherentes, una ideología regularmente ofrecerá a sus seguidores una explicación simplista del fenómeno que los agobia y la forma en que este debe de ser afrontado.
Cuando Donald Trump anuncia su candidatura a la presidencia en el año 2015, su primer testimonial público fue la sentencia ideológica de que el Estado mexicano solo enviaba a su país “drogas y violadores”. Una retórica agraviante (no antes vista por un candidato presidencial), que para su primer debate presidencial se había extendido al señalamiento de un Estado chino oportunista y de una clase política norteamericana éticamente degradada.
Trump, le otorgó al desesperado una explicación de la crisis norteamericana a través del prisma ideológico. La invasión de criminales por la frontera sur, relaciones comerciales con culturas abusivas y oportunistas, así como la degradación identitaria de la cultura norteamericana, son para Trump (y sus seguidores) la explicación de su progresivo deterioro como nación.
2) Evaluación: Habiendo explicado una situación que resulta antagónica a los intereses de un grupo, una ideología interioriza un ejercicio de evaluación: en qué grado lo que es bueno para un grupo puede ser malo para el otro. La evaluación consiste en identificar aquellas acciones, que beneficiando a un grupo (del que “no” soy parte) están dañando a otro grupo (del que “sí” soy parte). La ideología, entonces, se edifica al identificar y marcar una nítida distancia con aquellos que no comparten mi identidad: distingue a un grupo de los demás y, en los demás, se encuentra al culpable.
Donald Trump, desde su arribo a la carrera presidencial (2015), logró transmitir a sus seguidores una escala de valor donde la ganancia de los “no americanos” era pérdida para los americanos. Una dinámica de evaluación con la que sus adherentes, bajo una misma identidad, fueron capaces de identificar rápidamente a sus "enemigos": musulmanes, México, China, agenda progresista, etc. Tan solo el pasado 15 de noviembre, Trump declaró: “Estamos rogando por combustible a naciones que posiblemente nos detestan… nuestra frontera sur ha sido borrada del mapa y nuestra nación está siendo invadida por millones de personas desconocidas, muchas de las cuales entran por razones malvadas y siniestras”.
3) Orientación: Habiendo logrado distinguir a su grupo de los demás (a quienes se les suele considerar culpables de sus males), una ideología otorga un sentido de orientación. Esto es, la ideología dota a sus adherentes de una ruta a seguir. Una ruta que brinda confort y alivio ante un horizonte incierto y antagónico.
En este punto, basta con hacer referencia a aquella exaltación pública que Trump provocó (en su audiencia) el pasado 3 de noviembre, al pronunciar las siguientes palabras: “Somos un movimiento (no partido), una sola persona, una familia y una gran nación al amparo de Dios; con la ayuda de todos los que están aquí y de grandes ciudadanos y personas, haremos a América poderosa, rica, fuerte y orgullosa nuevamente”. Estas palabras (más allá de la filiación política), dan contenido a esa sólida labor de orientación que una ideología busca inculcar en sus seguidores.
4) Programa Político: Finalmente arribamos al punto medular que dota a las ideologías de todo su poderío: la acción. Construyendo un plan de acción, una ideología “prescribe remedios para las sociedades enfermas y los tratamientos necesarios para mantenerlas con buena salud” (Ball y Dagger, 2014, p. 6). “Make America Great Again”, es el remedio y tratamiento que Trump ha prescrito para aliviar los males de su país.
Donald Trump ha anunciado su regreso a la contienda presidencial de los Estados Unidos. La derrota sufrida por sus protegidos en las elecciones de mitad de periodo (celebradas a principios de este mes), parece no otorgarle un horizonte favorable. Si algo logró develar el pasado voto republicano, es que Trump ya no es considerado una figura referente de su partido. El inmediato aumento de popularidad del Gobernador reelecto de Florida, Ron DeSantis, quien virtualmente se ha convertido en el próximo contendiente de los republicanos (a la presidencia), parece haber dejado a Trump, solo con el apoyo de aquellos que ideológicamente lo acompañan.
Estudiar el proyecto de Trump en el campo de las ideologías, adquiere notable importancia precisamente por esta disección que se ha dado en el seno del Partido Republicano: por un lado, los fieles a su partido y por el otro, los fieles al Trumpismo.
Por lo anterior, conocer hasta qué punto el proyecto de Trump puede considerarse como una ideología, resulta ser un imperativo. Ya que, de ser así, el Trumpismo como toda ideología, será difícil de derribar; peor aún, continuará reclutando mayores adeptos, conforme la inestabilidad económica y política de los Estados Unidos sea una constante.
Puede ser que el proyecto de Trump, solo esté sacando provecho de un conjunto de ideologías ya existentes, las cuales coinciden con su retórica. No obstante, el que Trump pueda ser explicado a través de las cuatro funciones antes descritas, nos advierte que podemos estar de frente a una ideología que está luchando por alcanzar su autonomía.
Solo el desarrollo de los acontecimientos nos dará la respuesta correcta.
José Manuel Melo Moya
Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma Metropolitana. Ganador de la “Medalla al Mérito Universitario”.
Posee diplomados en análisis económico, inteligencia y estudios prospectivos por la Organización de los Estados Americanos (OEA), Escuela de Inteligencia Antidrogas (Colombia) y la UNAM.