En anteriores finales de sexenio, al menos en este siglo y parte del anterior, con solamente algunas excepciones, los vientos políticos se serenaban, renacía la esperanza, se veía el cambio de administración y también el cambio de ciclo como una oportunidad para mejorar y avanzar. Había en el país unidad y optimismo entre los mexicanos.
El 1º de diciembre de cada seis años era una fecha simbólica que se convertía prácticamente en día de fiesta nacional. Terminaba un periodo e iniciaba el siguiente.
Las cosas son ahora muy distintas. Solo comparables a los finales de sexenio de Echeverría y López Portillo, cuando la agitación social y la preocupación ciudadana por lo que podía acontecer, mantenía en vilo a todos los sectores.
Ahora la incertidumbre es todavía mayor. Los últimos cambios a la Constitución hechos de manera atropellada y al vapor, utilizando para ello la aplanadora legislativa oficialista que se negó a escuchar las voces de alerta que los expertos conocedores del Derecho y la Economía expresaron, advirtiéndoles con toda oportunidad los riesgos que corría la nación si aprobaban semejantes ocurrencias.
A pesar de tantos foros, opiniones y manifestaciones en contra, los soberbios legisladores de la 4T y anexas simple y llanamente ignoraron las advertencias y optaron por complacer al presidente aprobándole todo lo que les envió.
Diputados y senadores votaron por lo que se les ordenó desde arriba, poniendo no solo en jaque a nuestra incipiente democracia, sino también las inversiones y la generación de empleos.
Este sexenio se cierra con diferencias sustanciales entre quienes ven al actual presidente como el salvador de la patria y los que con mayor sensatez y capacidad de análisis piensan diferente, porque ven un país dividido, endeudado, que además deberá atender compromisos creados para los cuales ya no tiene recursos y enfrentado innecesariamente con otras naciones, especialmente con nuestros socios comerciales. Estamos en una nación donde la violencia y la inseguridad no disminuyen a pesar de que la propaganda oficial nos asegura que vamos muy bien, cuando la realidad es que dichos flagelos siguen al alza.
Hay un ingrediente adicional que provoca preocupación. Tal parece que el actual presidente de la república no quiere dejar el poder y que desde donde se encuentre a partir del 1º de octubre, intentará seguir controlando la política nacional a través de un gabinete impuesto a la nueva presidente de México, gracias al control total que el actual mandatario tiene en ambas cámaras y de la presión que puede ejercer a través de los gobernadores que le deben a él su cargo.
Por si fuese poco, el hijo del presidente, quien se llama igual que él, ha quedado como secretario de organización de MORENA, desde donde ejercerá una enorme influencia y control sobre las decisiones que la nueva administración intentará implementar, lo que hace suponer que ésta iniciará su sexenio con las manos atadas; lo cual no es bueno para la nación.
A pesar de la incertidumbre que esto genera yo deseo que le vaya muy bien a México y que todos recuperemos la confianza y la tranquilidad que necesitamos para trabajar en paz y así tengamos tiempos mejores no solo nosotros, sino también nuestros descendientes.
Pero para lograr esta meta hay varias condiciones: Deberemos fomentar la concordia, el diálogo constructivo y también poner todo nuestro empeño para que el país se reconstruya con el esfuerzo y buena voluntad de todos los mexicanos.
También debemos ponernos como tarea primordial el fomentar la unidad nacional, el olvidarnos de rencores y sobre todo cumplir con nuestras obligaciones que como ciudadanos tenemos.
No puede ser que el país vaya en picada y aún así dejen de votar el 40% de los electores. Esto constituye una verdadera tragedia que debería avergonzarnos.
El sentido de responsabilidad ciudadana y el amor a la patria deben de anteponerse a cualquier interés personal.
Esperemos que así sea hoy y siempre.
¿No les parece a Ustedes?
Muchas gracias y buen fin de semana.