Ansiedad, un concepto muy común hoy en día… y de la cual pocos exentan de sentirla. Todos y todas de algún modo experimentamos episodios de este sentimiento. Sin embargo, cuando este incómodo malestar trastoca a una ansiedad social, de interacción con otros, ya sea por trabajo o convivencia, es entonces que varias esferas de nuestra vida se limitan o caminan a cuentagotas.
Es decir, una persona bajo esta condición, suda, experimenta ataques de pánico y palpitaciones, miedo y sensación de que todas las lámparas están sobre su esencia. Es entonces que este trastorno toma el control de su vida para aislarla por completo. Se van oportunidades laborales, sentimentales y personales.
¿Qué hacer?
Cuando esta ansiedad social es pasajera u ocasional, lo más sensato es llevar a cabo una serie de respiraciones, relajarse, establecer un diálogo interno contigo mismo, y a través de la meditación. Además, si el escenario lo permite, también ayuda que tu exposición grupal lo hagas esporádico, gra-dual-mente; enfrentar poco a poco los desencadenantes del sentimiento. Iniciar con la familia, luego con dos amigos, enseguida con alguien conocido, para finalmente socializar en una fiesta o reunión laboral.
El espejo no miente. Parte de esta incomodidad surge de cómo te veas a ti mismo, o misma, tus valores; pensamientos negativos, derrotistas, de minusvalía, que solo existen en tu mente. De ahí que sea preciso:
Identificar estos focos rojos, desmenuzarlos y bloquearlos.
Pide a 10 conocidos que te envíen una carta anónima, donde digan lo que piensan y sienten por ti. Seguro habrá muchas críticas, quejas y sugerencias. Pero te sorprenderás al comprobar la manera en que te aman y aprecian.
Júntate con alguien que destile seguridad. Un conocido, un compañero de trabajo, alguien que conozcas. Su cercanía te irá contagiando esa virtud para proyectarte hacia fuera. Si esto funciona poco, entonces es momento de buscar apoyo profesional.