En la Nueva España colonial, cuando el ajetreo del comercio marcaba el pulso de la economía, las ferias mercantiles se alzaron como faros de prosperidad y control. Una de ellas fue la de Xalapa.
El siglo XVIII vio emerger a Xalapa, Acapulco, San Juan de los Lagos, Saltillo y Chihuahua como protagonistas de eventos que trascendían lo comercial: eran las ferias que, como fuentes de vida efímera, dejaron su impronta en el tapiz histórico.
Baltazar de Zúñiga, trigésimo sexto virrey de la Nueva España, dispuso que a partir de 1720 las ferias se realizaran en Xalapa. Para entonces Xalapa contaba con 7 mil habitantes (la mayor parte, indígenas), pero con el inicio de las ferias la población aumentó; incluso, muchos españoles que venían en las flotas se quedaron a vivir en Xalapa y establecieron sus comercios.
Xalapa, en particular, se destacó como epicentro de la actividad ferial, ganándose el título de "Xalapa de la Feria".
Las ferias, gestadas por el Consulado de México y trasladadas a Xalapa por Baltazar de Zúñiga, se erigieron como eventos efímeros pero impactantes.
El bullicio de traficantes, marineros, arrieros, comerciantes y forasteros inundaba las calles, plazas y plazuelas.
Los productos, desde objetos de ferretería hasta lujosos azulejos de Talavera, se exhibían en una danza de regateos, tratos y voces de pregoneros.
Las noches se iluminaban con velas de sebo, y el aroma de las especias y el murmullo de las transacciones se mezclaban en un retrato sensorial.
La vida económica florecía, y Xalapa crecía tanto en estructuras como en población. Casas, bodegas y almacenes se levantaban, fusionando los barrios de San José, El Calvario y Santiago con el centro de San Francisco.
La feria no solo era un evento; era un catalizador de cambios, un tejido urbano que se entretejía con la historia de la ciudad.
Sin embargo, como las mareas que suben y bajan, las ferias encontraron su ocaso con la expedición del Reglamento y Arancel Libre en 1778. El auge económico, antes alimentado por estas efímeras celebraciones, dio paso a una pausa que debilitó a la región.
La suspensión de las ferias marcó un antes y un después; los habitantes, acostumbrados al bullicio y la bonanza, tuvieron que reinventarse.
Pero el espíritu de las ferias resuena en la actualidad. Eventos como la Expo-Flor Xalapa '92, la Feria Nacional del Libro, y el Festival de la Cultura Xalapa '92 han buscado rescatar ese ambiente festivo y comercial de antaño.
A través de flores, libros y expresiones culturales, la ciudad ha tratado de preservar sus raíces.
Con el paso de las décadas, la Feria de Xalapa se fue adaptando con los cambios a la modernidad y a nuevos espacios, llegando a ocupar la zona del paseo de Los Lagos, el Estadio Xalapeño y hasta la Central de Abastos.
Sin embargo, muchos de estos intentos más recientes estuvieron muy lejos de lo que la Feria de Xalapa aún representaba hacia los años 30, conservando su estilo más tradicional. Además que la falta de continuidad fue un factor para que no se arraigaran entre la población.
En el devenir del tiempo, el espíritu festivo de las ferias ha dejado su huella en el ADN de Xalapa.
En el resurgimiento de eventos que evocan las ferias históricas, la ciudad se reinventa, preservando su identidad en una danza continua entre tradición y renovación.