Hace unos días, Paola, una animalista de Xalapa, recibió un mensaje de auxilio: “Hay un gatito abandonado en la unidad habitacional Xalapa 2000. ¿Puedes hacer algo?”.
Xalapa 2000 no es solo una zona en el mapa, es un símbolo de lo que ocurre cuando una ciudad les da la espalda a los animales. Es más que un conjunto de edificios; aquí, entre los bloques grises y las ventanas cerradas, los gatos son abandonados con una regularidad que raya en lo absurdo.
Los habitantes lo saben, pero lo ignoran. Xalapa 2000, como muchas otras zonas de la ciudad, se ha convertido en un nido de abandono para gatos, donde los pequeños felinos son dejados a su suerte, nacen, y se reproducen sin control.
Cada mes, rescatistas de Xalapa reciben reportes de hasta 30 gatos abandonados. El espacio en sus hogares temporales es limitado, y la demanda crece cada día. No se dan abasto y se ven obligados a recurrir a hogares temporales.
En estos refugios improvisados, los gatos llegan en condiciones que a veces son desgarradoras: fracturados, enfermos, y en algunos casos, con el cuerpo devorado por enfermedades agresivas como un cáncer que literalmente se come la nariz y la boca de los felinos.
Además de Xalapa 2000, la colonia Jardines de Xalapa enfrenta una situación similar.
Los gatos abandonados se agrupan en zonas comunes, espacios donde es fácil dejarlos sin ser vistos, o donde algunos vecinos, con menos empatía de la que se necesita, simplemente abren la puerta y los dejan fuera.
Los animalistas intentan controlar la situación a través de proyectos de esterilización y liberación, pero cada vez es más difícil.
Las adopciones son escasas y los hogares temporales están sobrepoblados.
La lucha de los rescatistas en Xalapa es constante y desgastante, y aunque siguen recibiendo el apoyo de algunas personas, la realidad es que la mayoría prefiere no involucrarse.
A pesar de las campañas, de las súplicas, de las fotos de gatos heridos que circulan en redes sociales, muchos xalapeños siguen sin escuchar. Hay una sordera colectiva, una falta de empatía por las víctimas de una ciudad que prefiere cerrar los ojos ante su sufrimiento.