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El domingo por la tarde, conductores que circulaban por la súper carretera Cuacnopalan-Oaxaca, a la altura del kilómetro 84+500, se toparon con una escena escalofriante: un vehículo abandonado y, a unos metros, restos humanos esparcidos junto al auto.
Se trataba de un Volkswagen Vento gris, detenido cerca de la comunidad de Calapa. Lo que parecía un simple coche descompuesto pronto se convirtió en una llamada de emergencia para las autoridades. En el maletero había cuatro cuerpos y afuera, otros cinco. Todos mostraban signos evidentes de tortura y algunos habían sido desmembrados. Las manos cercenadas fueron dejadas dentro de una bolsa de plástico a unos pasos del automóvil.
La historia detrás de estas nueve víctimas comenzó días antes. Eran estudiantes originarios de Tlaxcala que habían viajado a las playas de Huatulco, Oaxaca, para disfrutar de un breve descanso. Salieron de su estado natal el 23 de febrero y desde entonces no se supo más de ellos. Lo que debía ser un viaje de amigos se convirtió en desaparición y finalmente en un brutal crimen.
Tras el hallazgo, paramédicos de CAPUFE y elementos de la Guardia Nacional llegaron al punto, pero ya nada podían hacer. Los jóvenes no mostraban signos vitales. La noticia fue rápidamente turnada a las fiscalías de Oaxaca y Puebla, por tratarse de una zona limítrofe. Agentes de la región de Tehuacán tomaron el control de la escena y comenzaron el levantamiento de los cuerpos, así como las primeras diligencias.
Entre los restos se encontraron identificaciones que permitieron reconocer, al menos de forma preliminar, a dos mujeres: Angie Lizeth P. G., de 29 años, y Leslie N. T., de 21, ambas residentes de Tlaxcala. Los nueve cuerpos fueron trasladados al anfiteatro de Tehuacán, donde se realizarán las necropsias de ley antes de ser entregados a sus familias.
La investigación sigue abierta y hasta ahora las autoridades no han confirmado cuál pudo haber sido el móvil de esta masacre, aunque el nivel de violencia apunta a un ajuste de cuentas o un mensaje directo.