Las noches cada vez más blancas de nuestros días no son consecuencia de un fenómeno natural.
El profesor Fabio Falchi, del Istituto di Scienza e Tecnologia dell’Inquinamento Luminoso (Thiene, Italia), junto a un grupo de investigadores, publicó en 2016 un mapa de contaminación lumínica global basado en imágenes nocturnas de la superficie terrestre obtenidas por satélite.
Del análisis de las imágenes se dedujo que más de un tercio de la población mundial (en particular, el 60% de los europeos y el 80% de los norteamericanos) no era capaz de observar la Vía Láctea en el cielo nocturno y que el 88% de la superficie de Europa sufría de contaminación lumínica nocturna.
La contaminación lumínica se define como la alteración por parte del ser humano de los niveles naturales de iluminación nocturna. De forma natural, la única luz nocturna es la ofrecida por los objetos celestes y la Luna, que refleja entre el 12% y el 14% de la luz que le llega del Sol.
Además, dependiendo de la fase en la que se encuentre, nos llega a la Tierra más o menos luz.
El segundo objeto más brillante del cielo nocturno es el planeta Venus y el tercero es nada más y nada menos que un objeto creado por el hombre, la Estación Espacial Internacional. Les siguen, Júpiter, Sirio, Canopus, Marte y Mercurio.
Mirar al cielo en una noche sin Luna, observar a simple vista la Vía Láctea, las estrellas, planetas, satélites y, si hay suerte, alguna estrella fugaz, es privilegio casi exclusivo del mundo rural.
Las grandes ciudades se convierten durante la noche en focos luminosos visibles desde el espacio, cuya luz es parcialmente reflejada en la atmósfera, privando a su población de las maravillas del cosmos. El cielo nocturno es anaranjado si estás cerca de una gran ciudad, pero, progresivamente, las noches son cada vez más blancas.
Tradicionalmente, la iluminación callejera ha sido de color anaranjado. Este tipo de lámparas todavía se utilizan en multitud de lugares del mundo aunque se han ido sustituyendo por luminarias LED, normalmente blancas.
Esta tendencia, motivada para conferir mejor visibilidad durante la noche en los cascos urbanos, no es una buena decisión si se desea preservar la oscuridad del cielo, ya que la atmósfera refleja la luz blanca en mayor medida que la luz ámbar.
En cualquier caso, las luminarias LED tienen ventajas que hacen que sean la mejor opción: alto rendimiento, bajo consumo, color de la luz a elección del usuario y direccionalidad.
Sin embargo, la luz LED contamina más que otros tipos de luz. Es uno de los tipos de fuente de luz que más contaminación lumínica produce, ya que suelen instalarse farolas grandes y de luz blanca, en contraposición a las tradicionales farolas de vapor de sodio, de luz más bien amarillenta.
No obstante, con un diseño adecuado de la infraestructura de luminarias LED callejeras, se puede reducir el gasto en iluminación y a su vez la contaminación lumínica.
La contaminación lumínica representa una grave amenaza, en particular para la vida silvestre nocturna, y tiene impactos negativos en la fisiología de plantas y animales. Puede confundir los patrones migratorios de algunos animales, alterar sus interacciones competitivas, cambiar las relaciones depredador-presa y causar daños fisiológicos en general.
Con algo de concienciación sería posible devolver a las noches su oscuridad natural en aquellos lugares donde la luz no sea estrictamente necesaria, respetar la vida animal y vegetal y observar la Vía Láctea en toda su expresión.