Era la madrugada del 27 de agosto de 2013 cuando el pequeño poblado de Roca de Oro, en el municipio de Yecuatla se sumergió en una de las noches más oscuras de su historia.
Las intensas lluvias provocadas por la tormenta tropical "Fernando" desencadenaron un derrumbe en un cerro cercano; la fuerza del alud arrasó con todo a su paso, llevándose consigo cuatro viviendas y la vida de nueve personas, entre las que se encontraban un bebé y dos niños.
El desastre ocurrió mientras las familias dormían; no hubo tiempo para huir ni para gritar. Las víctimas, de las familias Fernández Tapia y Fernández García fueron sorprendidas por un estruendo que en segundos los sepultó.
Los vecinos, aún estremecidos por el recuerdo, describen cómo al salir de sus casas se encontraron con una imagen de horror: las viviendas de sus amigos y familiares destruidas, aplastadas por la furia de la naturaleza.
De entre los escombros, en lo que muchos consideran un verdadero milagro, lograron rescatar con vida a dos bebés y a una mujer embarazada; sin embargo, el resto no tuvo la misma suerte.
El salón comunitario se convirtió en el improvisado escenario donde se velaron los cuerpos de las víctimas, un lugar que, durante esos días, se tiñó del luto.
Hoy, 11 años después, el recuerdo de esa noche sigue en la mente de los habitantes de Roca de Oro.
Rafael Morales González, director de Protección Civil de Yecuatla, reflexionó sobre cómo ha cambiado la vida en la comunidad desde entonces.
"Aunque Roca de Oro sigue siendo una zona de alto riesgo los pobladores han tomado la seguridad en sus propias manos; las piedras que representaban un peligro han sido quebradas y los habitantes, con voluntarios, se han esforzado en prevenir otro desastre".
Después de la tragedia, el gobierno de Veracruz, en ese entonces con Javier Duarte de Ochoa, puso en marcha un programa de reubicación para trasladar a los residentes a un lugar más seguro.
Sin embargo, no todos quisieron dejar la tierra que los vio crecer; aquellos que aceptaron fueron reubicados en la comunidad Leona Vicario. El apego a la tierra y el miedo hicieron que muchos decidieran permanecer en la zona.
El paso del tiempo no ha logrado borrar el dolor ni el temor de que la tragedia se repita. La comunidad, marcada por la pérdida, sigue adelante, recordando a sus muertos y esforzándose por proteger a los vivos.
Mientras tanto, Roca de Oro sigue siendo un testimonio silencioso de la fuerza destructiva de la naturaleza y de la resiliencia humana frente al dolor.