"La verdadera riqueza de una nación está en su gente".
Pero cuántos no los hay, que en su mezquina avaricia acumulan para no dar, y hacen viejos sus propósitos de amor al prójimo... Cuántos no los hay, que en el camino de la cuna a la caja, van con la espada y tiran la piedra creyéndose buenos.
Nunca dan, pero quitan, no aportan pero destruyen, no apoyan pero critican. Sus opiniones cargadas de resentimiento, evidencian un mercenarismo a ultranza.
Con amargura y frustración no perdonan al líder que va de la mano del pueblo, empujando las difíciles ruedas del progreso. El retrograda no ve el avance y le fastidia cada paso, cada lance, cada triunfo.
El apático nunca es feliz, le molesta el progreso, no coopera pero crítica, no ayuda pero obstaculiza, no da, pero usa y destruye . Su mezquindad es tan grande y odiosa que envenena el agua que ha tomado y corta la fronda del árbol que le dio sombra.
Nada es peor para una sociedad que lucha en su tiempo y en su momento, que "un indiferente".
Ya lo dijo Immanuel Kant: "es una obligación moral creer en el progreso".