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Columna:

Matías

Mi gato es un ninja

2021-07-17 | 01:33 p.m.
Mi gato es un ninja
Diario del IstmoDiario del Istmo

Les voy a contar algo que descubrí ayer por la noche. Los adultos no me creen, tampoco mis papás. Matías, mi gato, es un ninja.

Mi nombre es Julián, tengo siete años y vivo con mis papás; Matías que es mi gato; Leia, como la princesa de la película Las Guerras de las Galaxias, es una perrita Dóberman Pinscher miniatura y Togo, que es un Husky color dorado muy guapo. Todos los días, cuando llego de la escuela me reciben muy emocionados brincando alrededor de mí, ladridos y moviendo las colas súper rápido, bueno, sólo los perros. Matías siempre está dormido en su silla, ¡que era mía! Es pequeña, de tela y amarilla. Me la compraron para los paseos del carnaval que se hacían en el malecón; siempre traían carros ENORMES, llenos de luces y música a todo volumen. Podías ver dragones o caballos inmensos hechos de papel, eso lo supe después, mi papá me dijo de qué están hechos, sin embargo, ahí parecen de verdad, ¡lanzaban fuego! Arriba de los carros había bailarinas y gente que te avienta dulces o playeras. Esos paseos eran muy padres, toda la familia se divertía, sólo que eran muy tardados. Tenías que llegar varias horas antes de que comenzara, había un mundo de gente y luego te cerraban unas rejas a la orilla donde pasarían las comparsas, y si llegabas tarde ya no te dejaban pasar. Por eso me compraron esa silla. Hasta que un día a Matías se le ocurrió dormirse en ella y pues, se la regalé.

Matías es especial, le gusta que lo acaricies, siempre y cuando él se acerque a ti, es su manera de decirte “puedes acariciarme humano” jaja, bueno, eso me imagino, él no habla. Sólo se deja tocar en ese momento. Una vez, Matías estaba acostado en el piso de la sala bañándose, creo que mi papá le dice acicalar, mientras se lavaba una de sus patas delanteras me puse de puntillas para acercarme a él.

Paso, alto, paso, alto, hasta me quité las chanclas para no hacer nada de ruido. Paso, paso, alto, Matías deja de lamerse y alza la cabeza, me detuve en seco, pensé “si no me muevo él no se va a ir” y tuve razón, después de unos segundos de tensión, vuelve a lavarse la pata.

¡Uff!

Un paso más, mi presa estaba a centímetros de mí. Comienzo por agacharme, no controlo mi peso y mi rodilla cae contra el suelo.

¡Tac!

¡Levanto la cabeza y Matías está mirándome!

– Hola, hola bebé – le sonreí

Ni bien terminé de saludarlo cuando, ¡sale a la carrera! Me levanto lo más rápido que puedo y voy tras él.

- ¡Matías sólo te quiero cargar! ¡Ven!

- ¡Miaaaau!

Parecía que me respondía o que pedía ayuda, para mí sonaba como ¡SÁLVENME! O algo así, no dejó de maullar en ningún momento. Después de perseguirlo por toda la casa, ¡al fin lo logré atrapar!

¡Miiiaaaauuuuuugg! ¡uugg!

Al cargarlo se desparramó todo, su cuerpo se puso blando, sus patas traseras, junto con su cola colgaban, las patas delanteras caían sobre mi brazo y su mirada era de resignación. Él sabía que no lo iba a soltar.

Después de comer subo a mi cuarto a hacer la tarea, casi siempre termino antes que mis papás, así que Leia se queda junto a ellos esperando que le den comida, al subir me encuentro con Matías durmiendo arriba de mi cama. Así es como me doy cuenta de que sí me quiere, sólo es especial. A decir verdad, él duerme mucho y donde caiga, en el barandal de la escalera, en la barda de la casa, arriba de las macetas de mi mamá, arriba de la computadora de mi papá… mientras él está trabajando; una vez se durmió en un mueble donde mi mamá tiene una shisha que mis tíos del Líbano le regalaron; Matías se duerme tan profundo que poco a poco se adueña del lugar en donde cae y por poco la tira al estirarse. ¡Tremendo grito que dio mi mamá! Y, ¡tremendo saltó que pegó Matías del susto! Al final no rompió nada, pero cuando lo bajó mi mamá, él se fue renegando.

- ¡Mau! ¡uaaua! ¡uuuugg!

Jaja no sé qué decía, pero sonaba a un reclamo por despertarlo, eso sí, siempre caminando muy digno. Cabeza en alto y la cola bien derechita, ni los soldados de la marina se ven tan bien como mi gato.

Una vez terminada la tarea, bueno, a veces no la termino, pesco a Matías y lo pongo a ver películas de acción a mi lado. Nos gusta ver esas películas. Hago palomitas en el microondas y nos acostamos uno a lado del otro, a veces él arriba de mí.

Ya sé, parece un gato normal, pero es que todavía no les he contado. Todos los días, en punto de las ocho de la noche, Matías se sube a la pared de mi patio y se queda sentado. Esperando. Dándole la espalda a nuestra casa. No se mueve de ahí. No sabía por qué hasta la noche de ayer que me quedé espiándolo.

¡Si es necesario, estaré despierto toda la noche! Lo preparo todo, me subo un paquete grande de galletas de chocolate para que no me dé sueño, me hago un sándwich de jamón por si me da hambre, tres juguitos de manzana para calmar la sed, una manta por si me da frio y una silla.

- ¡Todo listo, ahora a esperar!

No sé cuánto tiempo pasó, sólo sé que fueron varias horas. Por la marca, de la protección de la ventana, que tengo a lo largo de mi frente. La noche está más oscura de lo normal, va a llover. Y muy fuerte.

¡Uuff! Matías sigue sentado en el mismo lugar, al parecer mi sueño no afectó a la misión.

Me pongo la manta sobre los hombros, tomo un jugo de manzana, lo pongo de cabeza y con los dientes lo abro por debajo. Si mi mamá me viera me regañaría - ¡Julián! ¡¿Cuántas veces tengo que decirte que no tomes el jugo de esa manera?! ¡Los dientes se desgastan y se enchuecan! Si se te mueven no te pondré tratamiento de ortodoncia, advertido estás – mi mamá se asusta por todo.

Matías comienza a hacer un ruido raro, es una combinación entre gruñido y rugido, ¿será una amenaza para alguien? Me levanto de la silla y me quedo de pie en la ventana. Matías igual se levanta, su espalda se arquea y su pelo se eriza. El ruido que hace es más fuerte. Miro en la misma dirección que él y como si salieran de la noche, aparecen tres gatos grandes y feos. ¡Son del doble de tamaño que bebé! Los tres caminan decididos hacia él, tienen la mirada fija y con cada paso las uñas de sus patas crecen. No, esas no son uñas, son garras. Matías les maúlla con coraje y estos se detienen.

El tiempo se detiene y yo, trago saliva.

Los gatos que están a los costados rodean a Matías y él, en vez de ponerse en guardia, ¡se sienta y lame su pata! Creo que esto hizo enojar al gato que tiene de frente, el más grande. Es de color negro, tiene cicatrices por todos lados y garras en vez de uñas, parece una pantera. Corre hacia Matías y salta, en el aire manda una pata hacia atrás para después regresarla con fuerza sobre la cabeza de mi gato.

- ¡Le cortará la cabeza! – dejo de respirar

Matías, sin voltear la cabeza, detiene el golpe con la pata que se estaba lamiendo, con la otra cachetea a la pantera tres veces y gira hacia atrás para alejarse de él.

Vuelvo a respirar

Desde la ventana en la que estoy no les puedo seguir la pista, sólo veo que la pantera ataca de nuevo y con fuerza. Corro por todas las ventanas que hay en mi casa esperando encontrar una que me deje ver lo que está sucediendo. La batalla se escucha a través de las paredes, maullidos, chillidos y … ¿espadas? Han de ser las garras, cada que chocan se escuchan como si fueran espadas, metal contra metal chocando sin descanso.

- ¡La ventana del estudio!

Esa ventana es perfecta, ¿cómo no se me ocurrió antes? Da directo al techo de la vecina. La tormenta se suelta, la lluvia cae a diluvios y, los relámpagos iluminan el cielo y toda mi casa. Al llegar veo que los otros dos gatos entraron en la pelea. Matías sólo esquiva los arañazos como puede. Le llegan golpes y patadas por todos lados, varios logran darle de lleno.

- ¡No es justo! – les grito a los gatos malos

Rápido me tapo la boca con ambas manos, ¡cometí un error garrafatalísimo! al escuchar mi voz Matías se distrae y la pantera lo aruña en la cara. «¡No bebé!» Otro le aruña la panza y el último lo empuja hacia la orilla. Matías queda colgado en la orilla de la barda. «¡Tengo que ayudarlo!»

Bajo corriendo las escaleras y voy hacia la puerta de la cocina, esa puerta da hacia el patio.

- ¡MIAAAUUU!

- ¡Ese es Matías!

Jalo una silla, la pego en la puerta y me subo en ella para quitar los pasadores. ¿Alguna vez han intentado abrir una puerta muy rápido? ¡Es muy difícil! La llave no entra o se traba. Cuando logro salir me encuentro a Matías agazapado en el suelo. Los tres gatos están bajando por las ramas de los árboles. Tomo una escoba y voy hacia a mi gato.

- Bebé, ¿estás bien? – Me arrodillo junto a él

Matías me voltea a ver y se pone de pie. Un rayo ilumina el cielo justo a tiempo, los tres gatos están frente a nosotros. Matías se pone en posición de ataque, maúlla con coraje y yo estoy a lado de él, escoba en mano. Los gatos avanzan hacia nosotros. Vamos a morir.

De la oscuridad se escuchan dos gruñidos, son Leia y Togo, vienen hacia nosotros con los dientes a la vista y la mirada fija en los gatos. Les tiembla la mandíbula. Los gatos se dan cuenta de ellos y se detienen. Mis perros se colocan a nuestros costados, eso me da más valor.

Un trueno retumba por todo el lugar.

- ¡Vamos! – digo en voz baja

Leia, Togo y Matías me voltean a ver, asienten, regresan la mirada hacia los gatos y avanzamos. ¡Nos veíamos espectaculares! ¡Mejor que los vengadores! Y los tres gatos lo sabían, porque a penas dimos un paso, salieron corriendo de ahí. Solté la escoba y me agaché para abrazarlos. Matías no quiso, a él sólo le acaricié la cabeza.

Hoy que regresé de la escuela, los tres estaban, sentados detrás de la puerta. Después de hacer la tarea nos pusimos a ver una película de Jackie Chan, tenemos que estar listos para la siguiente batalla.

Los adultos no me creen cuando les cuento está historia. Pero es real, mi gato es un ninja y cada noche nos protege de que nos invadan.

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