Sin duda que un padre ausente (ya sea por abandono o muerte) o cerca, pero distante, crea en los pequeños heridas emocionales que a través de la vida van cargando a la adultez. Heridas que de algún modo afloran y dañan en varias esferas de la vida: pareja, hijos, trabajo, amigos, etcétera.
No es fácil de superar, pero hay momentos en que se tiene que cerrar ciclos, por salud emocional, romper el vínculo para sanar y seguir con todo aquello que rodea al individuo.
Diálogo interior. Ofrécete espacios de reflexión, escucha a tus emociones: ¿qué sientes o sentiste con esa ausencia? ¿Tristeza, vacío, soledad? Trabaja a partir de reconocer tus sentimientos, hacia dónde te están llevando, qué daños te ocasionan en ese momento de tu vida. ¡Déjalos ir, ya no te sirven!
Evidencia razones, pero no las justifiques. Se trata de ponerse en los zapatos de tu padre. Si te dejó, tal vez lo hizo por miedo o alguna razón que nunca sabrás; a lo mejor hubo maltratos, quizás repitió patrones; ¿murió? No tuviste nada que ver, con este ejercicio intenta alejar ese sentimiento de culpa. No es justificar, sino ver el trasfondo, de algún modo te sentirás relajado.
No intentes olvidar, porque será peor. Lo más sensato es traerlo a la mente, no para sufrir, sino para que a partir de ahí sanes, lo normalices y generes un alivio a ese dolor. En la medida que lo elabores, que mires lo que sucedió en tu infancia, irás resolviendo.
¿Perdonar? Perdonar a un padre que te abandonó siendo tú muy pequeño; naturalmente es difícil, te sientes dolido, enojado y con trauma. Sin embargo, hacerlo te cura, ya que quien sufre más eres tú, pues te asalta el resentimiento, y el odio es una ocupación de tiempo completo. La prueba del perdón no es el olvido; el perdón ayuda a la memoria a cicatrizar la herida. Una memoria curada libera y fortalece emociones.