Morimos, y a ellos les duele; mueren, y a nosotros nos lastima. Sea como sea, hijo, padre, madre, amigo, pareja, el dolor está presente y es necesario gestionarlo, aprender a aceptarlo, que dañe lo mínimo, que no nos encierre, que no nos aísle, que nos deje continuar en el show de la vida. No te estanques en el duelo; descansa y deja “descansar”.
Se vale gritar, llorar, maldecir, implorar, sufrir…con ello cada quien se desahoga. Es una catarsis que en breve comienza a sanar y a aceptar.
Busca. Hay mucha gente cerca que desea apoyarte. Refúgiate en la demás familia y en los amigos. Los verdaderos no son aquellos que te dan consejos sin ton ni son, como que "es la voluntad de Dios", "no somos nada", "por algo suceden las cosas", etcétera, sino aquellos que están dispuestos a poner sus hombros para que llores en ellos, los mismos que escuchan. Personas que no tratan de hablarte a la fuerza de lo que les sucedió a ellos y lo ponen como ejemplo de su fuerza de voluntad, sino que te prestan oído y lloran contigo.
Ocúpate y distráete. Deja que otras actividades paulatinamente vayan “supliendo” ese dolor. Teje, estudia, trabaja, haz ejercicio, reúnete periódicamente con tus/sus amigos, etcétera.
Pregúntate: ¿Qué siento? ¿Qué ha significado esto en mi vida, qué impacto ha tenido? ¿Qué emociones se me intensifican? ¿Qué necesito? ¿Qué o quién me puede ayudar? ¿Qué recursos tengo para superarlo?
Hazle un pequeño homenaje. Planta un árbol, una flor, pinta un cuadro, haz una manta con pedazos de su ropa, adorna una caja y llénala de recuerdos. Aún puedes crear un original álbum de fotos. Selecciona varias de él o ella que te hacen recordar buenos momentos a su lado: cumpleaños, viajes, graduaciones, reuniones familiares; instantes de amor y cercanía.
Recuerda en todo momento que está bien permitirte sentir y expresar tu dolor; no hay un cronograma para sanar, así que date el tiempo que necesites.