Ciudad de México | 2025-01-09
Xalapa, 1949. La ciudad se encontraba bajo una niebla tan densa que parecía tragarse las calles, las casas, los sueños. Allí, Juan Rulfo escribió una carta a Clara Aparicio, su esposa. No había lujo ni ornamento en su descripción, solo precisión y melancolía.
Juan Rulfo, el célebre escritor mexicano, escribió desde Xalapa la carta a Clara Aparicio. Era el 12 de octubre de 1949, y las palabras parecían brotar de su pluma como si estuvieran envueltas en la niebla perpetua de la capital veracruzana.
"Aquí solamente hay niebla, mucha oscuridad y niebla revuelta con lluvia. Esa llovizna que tú conociste. Por las noches deja de llover agua, pero siguen lloviendo recuerdos dentro del corazón de uno y el amor se vuelve loco porque no encuentra por ningún lado a la mujercita amorosa y tan amada", escribió Rulfo en un párrafo la carta.
En sus palabras, se entrelazaban la melancolía de un hombre lejos de casa que transformaría lo cotidiano en algo eterno.
"A veces pienso que el diablo es más benigno que los hombres, porque al menos sabemos que todo lo que puede ser bueno lo quita, pero los hombres, creyendo que están dando algo, aparentando estar dando algo, nos quitan lo mejor que tenemos. Eso pasa con los señores de la Euzkadi, creen que pan y la leche que comemos vale más, mucho más caro, que la pobre tranquilidad que estamos necesitando, y sobre esto están exigiendo más cada día, como si uno les perteneciera por entero, como si uno fuera la masa con que amasan sus negocios".
La estancia de Juan Rulfo en Xalapa fue breve, pero suficiente para capturar su esencia. Más allá del trabajo que lo mantenía ocupado, sus cartas a Clara reflejaban un profundo vínculo emocional. En ellas, describía no solo los días monótonos que enfrentaba, sino también los paisajes y sensaciones que lo rodeaban.
Aquella niebla, que parecía no desvanecerse nunca, era para Rulfo un espejo de su propio temperamento: introvertido, silencioso, y profundamente introspectivo.
Reconocido como uno de los escritores más importantes del siglo XX, Juan Rulfo dejó una huella imborrable con obras como El Llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955).
Su escritura retrata escenarios rurales marcados por las cicatrices de la Revolución Mexicana y la Guerra Cristera.
En vida, Rulfo era reservado, casi hermético, celoso de su intimidad y profundamente crítico. Sin embargo, en sus textos, permitía entrever un alma creativa que transformaba el paisaje mexicano en universos literarios, y una voz que seguía resonando en la memoria de sus lectores.