México | 2024-11-19
Una de las cualidades más grandes del ser humano es la capacidad de adaptación, pero parecemos olvidarla en cuanto nos topamos con cambios abruptos que amenazan con desplazarnos como la llegada de la inteligencia artificial, al menos eso pensamos de manera general al darnos cuenta que estas líneas podrían crearse con tan sólo una petición a través de cualquier plataforma como CHAT GPT.
La inteligencia artificial no es algo nuevo, lleva décadas en desarrollo, aunque quizás se encuentre en un mayor auge con la liberación pública de múltiples plataformas que con instrucciones básicas hacen contenido original. Tampoco es reciente la idea de un futuro dominado por máquinas, lo que sí es innovador es la falta de reacción y propuesta que hemos presentado ante tantos cambios.
Desde décadas atrás en la ciencia ficción vislumbramos un escenario utópico donde un hombre podía enamorarse de una computadora como fue el caso de her, hoy en día es parte de una realidad al interactuar con cualquier chatbot y un caso de extrema preocupación para padres cuyos hijos se enamoran de plataformas y han cesado sus vidas por fallas en sus vínculos emocionales con la tecnología. Las familias que han perdido a un ser querido por estas interacciones culpan a la inteligencia artificial por daños a la salud mental, pero ¿quién es realmente el culpable?
¿Somos tan frágiles ante la llegada de innovaciones tecnológicas o es que realmente nos estamos deteriorando al no pensar en innovaciones para estos cambios? Desde una breve experiencia utilizando plataformas digitales y como un ser perteneciente a la generación que cambió del mundo análogo al digital de manera paulatina, creo que la responsabilidad siempre ha sido nuestra. La fragilidad no tiene que ver con la innovación digital sino con nuestra insistencia en la permanencia y la comodidad.
Nuestra salud mental se vuelve frágil porque no la hemos atendido en siglos de la manera correcta, porque se ha estigmatizado el análisis de nuestras emociones y recién pasada la pandemia comenzamos a entender cuán necesarios son los vínculos humanos. Ante la falta de regulación de la IA es indispensable que se tomen acciones, pero el problema de raíz viene atrás, en los vínculos de hogar, las idealizaciones que enfrentan las juventudes y el poco conocimiento que tenemos de ello.
Trabajo constantemente con jóvenes universitarios que dominan las tecnologías, pero padecen con mayor frecuencia de ansiedad social, en este caso el problema no son los dispositivos, es la incapacidad de crear vínculos cotidianos lo que les orilla a comenzar a vincularse a través de las pantallas. Las plataformas son una alternativa fácil para solucionar un dolor más profundo, la falta de comunicación en casa, el aislamiento que hemos fomentado durante generaciones porque no sabemos remontarnos a lo más básico por temor al rechazo.
La IA al igual que otros desarrollos tecnológicos son un aporte fundamental a nuestras vidas que llegaron para facilitar procesos, de nosotros dependerá que no se convierta en una amenaza, para ello hemos de prepararnos constantemente, cuestionar con criticidad los datos recibidos y seguir fomentando discusiones sanas respecto a su uso, pero no podemos hacerlo sin antes acercarnos a conocerla, entender la función de los algoritmos y servirnos de la tecnología como fomento a nuestro desarrollo e innovación y no a la inversa.
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