México | 2025-02-11
Emilia Pérez, la cinta que retrata una cruda realidad de México desde la mirada del director francés Jacques Audiard, tiene las opiniones de nuestro país divididas. En lo personal soy de las que consideran que no se puede emitir un juicio de lo que no conocemos, sin embargo, quien ha caminado de cerca con familiares que buscan a sus desaparecidos está en todo el derecho de sentir que la película es una burla para su realidad.
Si a lo anterior sumamos las polémicas desatadas con el elenco, principalmente con su protagonista, Karla Sofía Gascón, la cinta pasa a segundo plano pues los reflectores en medio de una temporada de premios donde la producción ha sido sumamente nominada, la atención es acaparada por posturas racistas, fuera de lugar y comentarios de odio que la protagonista ha realizado en sus redes sociales, lo cual ha dañado aún más el trabajo que nos guste o no ha sido arduo durante un lustro para que la película se presentara.
La primera lección es para Audiard en relaciones públicas, pues si bien su obra puede ser sumamente aclamada en el extranjero no tiene el mismo efecto en México, primeramente porque su comedia musical es más bien una burla al tratar de manera superficial una situación tan delicada para México, aunque a manera personal he de decir que la película nos resulta ofensiva porque nos duele, nos duele ver tantos estereotipos representados pero también creo que si alguien viene con moralismos absurdos somos los mismos mexicanos.
¿No somos nosotros mismos quienes nos burlamos de esta realidad? Ver en pantalla a narcotraficantes jugando a ser héroes nos duele porque el escenario que vivimos de manera cotidiana es mucho más cruel, bueno fuera que de la noche a la mañana las consciencias de quienes han enterrado a tantos muertos se aliviaran y nos dieran razón de los millones de paraderos cuyas familias buscan sin cesar.
Como mexicanos nos molesta que se nos retrate como "prietos", que nuestro país sea representado en la pantalla grande como un espacio de narcotráfico y mercados como si solo se encontraran esos espacios en sus calles y aunque el retrato es sumamente exagerado y nos duela sí muestra una fracción de nuestra realidad, donde los primeros en hacer menos a nuestras raíces somos nosotros mismos. La discriminación por color de piel es algo latente que tiene lugar hasta en los mejores restaurantes, mientras más clara sea nuestra tez, mayores son las posibilidades de triunfar.
Y si hay algo en lo que Audiard hizo un retrato fiel, aunque nos duela es en la clase política y la búsqueda de aparentar un bien, las galas benéficas en busca de sumarse a causas sociales que resultan ajenas a quienes limpian conciencias a través del dinero. La película duele e indigna a quienes estamos dentro de la frontera, pero al exterior pone sobre las pantallas un hecho innegable, México se llena de fosas clandestinas, el gobierno lo sabe y todos somos cómplices. Mientras tanto con todo y las polémicas el filme sigue acaparando premios en las entregas, gana actriz de reparto, gana como película de lengua extranjera, la aclaman los premios Goya y su elenco comienza a desaparecer en la pena pues su imagen va siendo opacada entre los escándalos.
¿Vale la pena realmente verla? Desde una mirada exterior sigo sosteniendo que la película bien merece sus nominaciones, es una ópera, es comedia y musical, no un documental como bien ha dicho el director, sin embargo, es lacerante pues aprovecha un dolor colectivo para recibir todos los aplausos de quien no vive en medio de la sangre y el crimen, pero más allá de si verla o no, deberíamos considerar ¿por qué nos duele más una producción cinematográfica que nuestra realidad? Si todas las personas indignadas por el retrato de Emilia Pérez fuesen las mismas que acompañen a víctimas y exijamos justicia, sin duda el retrato sería otro.
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