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Cañeros retan al coronavirus

Cañeros retan al coronavirus

Para los cortadores de caña de la Cuenca del Papaloapan no existió cuarentena por el Covid-19, pues si no salen a trabajar el hambre los alcanza.

En la zona de Cosamaloapan, los grupo de cortadores de caña son hombres y mujeres que viven al día y que no puede abandonar su trabajo, desde las 4 de la mañana salen al campo para ganarle a las altas temperaturas de más de 40 grados, los esperan muchas horas de estar con su machete en la mano, ellos están alejados de los centros comerciales, de las grandes ciudades, del Facebook y de las medias verdades que pasan por televisión.

En una visita al ejido “Fernando López Arias” con el jefe del grupo 112, Ignacio Ríos Baltazar, platica que los cortadores de caña contratados para abastecer al ingenio San Cristóbal, se les trata con mucha responsabilidad y se vigila que en la medida de sus posibilidades traten de cumplir con las recomendaciones que emite la Secretaría de Salud.

“Los cortadores de caña vienen de San Andrés Tuxtla, pero incluso contratamos a gente que llega desde Oaxaca y Chiapas”, indicó Ignacio Ríos, jefe del Grupo 12.

 

Contrato

 

El contrato se hace por los 6 meses que dura la zafra, se les dan 5 mil pesos de entrada y se deben registrar ante el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), para que en caso de accidente puedan ser atendidos de manera inmediata.

“Nosotros no contratamos niños”, aunque admite que en otros grupos de cosecha se ven a menores de edad ayudando a sus padres, con lo poco que ellos corten será una contribución para la economía de su familia.

Este pequeño grupo es parte de los cerca de 5 mil cortadores de caña que abastece al ingenio San Cristóbal, en Carlos A. Carrillo, y que cada año, a finales de noviembre y principios de diciembre, viajan a la Cuenca del Papaloapan con la meta de poder encontrar trabajo con alguna asociación cañera y poder reunir la mayor cantidad de dinero para cuando el empleo se termine.

Es un sector vulnerable ante el Covid-19, sin embargo, “no pueden dejar de trabajar, pues son el sustento de sus familias”, señaló el jefe del grupo de corte.

Trabajo pesado y mal pagado

José Ángel Morales Ruiz a sus 68 años sigue en uno de los trabajos más pesados y mal pagados, el corte de caña, en donde les pagan a 50 pesos la tonelada, cortando unas dos o máximo tres toneladas diarias, a la semana cobran entre 700 u 800 pesos; además señala que para ellos, luego de que la vara dulce se quema, no importa el olor, la hora, el día o si hay quemaduras de por medio, su labor es cortar lo más que puedan para poder ganar la mayor cantidad de dinero.

“A estas alturas, solo nos importa que el machete corte y que la lima afile, que el bote de agua no se caliente y que exista una sombra para la hora de comer el “lonche” que nos envían nuestras esposas”, expresa el cortador de caña.

¿Dónde viven?

Los cortadores de caña se quedan a vivir durante los 6 meses que dura la cosecha en unas galeras, en donde les pagan luz y agua para que duerman y descansen, ahí los recogen todos los días para llevarlos al campo y los traen de vuelta, como si fueran los sembradíos de algodón que había en las haciendas del pasado.

En esta labor que es una de las más pesada de la industria azucarera y la peor pagada, también las mujeres llegan a “contratarse”, como el caso de doña Leo, quien junto a su esposo tiene la destreza y la habilidad para manejar el machete y poder cortar la caña, y a la hora del pago, salen casi a la par que un trabajador varón, a pesar del calor, el cansancio por las horas de trabajo y el miedo a lastimarse.

Leonardo, otro cortador de 48 años de edad, aprendió bien de su padre el arte de cortar caña, la rapidez y destreza con que maneja el machete hacen que de un solo golpe corte cuatro cañas, lleva el primer lugar en el Grupo 112, madruga para evitar el sol, se mueve hábilmente entre los surcos de caña, sus manos son ásperas y fuertes; ya se han acostumbrado al filo del machete.

Como Leonardo, muchos cortadores de caña también madrugan desde las 2 o 3 de la mañana llegan a sus “tajos”, para que a la 1 de la tarde ya tengan culminada su

faena del día, otros tendrán que esperar en la sombra unas horas más para seguir macheteando y terminar la jornada.

Ya cuando el sol se está ocultando, el cansancio se refleja en sus rostros, empiezan a guardar su machete, su bote de agua, su lima, sus utensilios que permitieron hacer su trabajo y esperan que los recoja el camión, para que los devuelva a la galera a descansar.

Allá a los lejos quedan los cañales en el campo que los espera mañana, en donde día a día se forjan historias que quieren ser contadas, de hombres, mujeres y niños que con su trabajo llevan el azúcar a nuestras casas.

FRASE

A estas alturas, solo nos importa que el machete corte y que la lima afile, que el bote de agua no se caliente y que exista una sombra para la hora de comer el ‘lonche’.

José Ángel Morales Ruiz

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