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Cumbre de las Américas: cuando lo irrelevante se apodera de la pasión



Cumbre de las Américas: cuando lo irrelevante se apodera de la pasión

La segunda semana del mes de junio que está por comenzar se inauguran en los Ángeles, California los trabajos de la novena edición de la Cumbre de las Américas. Un encuentro multilateral que, desde el año de 1994 y sin considerar la asistencia de Cuba, ha convocado la participación de todos los mandatarios que dan forma a la geografía del continente americano.

Una singular cita continental, sin cambios al momento, cuyos reflectores en nuestro país han sido acaparados por la polémica decisión del presidente, Andrés Manuel López Obrador, de no participar si los representantes de Cuba, Venezuela y Nicaragua faltan al encuentro.

Acaso: ¿Está el presidente cometiendo un error táctico-diplomático que atenta directamente en contra de un Estado mexicano cuya posición puede tornarse endeble ante un desairado presidente Biden? o, en su defecto, ¿está México dignificando una posición que solo corresponde a un líder latinoamericano respetuoso de la autodeterminación de los pueblos?

Evitando dar cobertura a todo cuestionamiento que nos obligue a responder posturas extremas, y omitiendo todo aquello que solo concierne a los tres actores estatales agraviados, en este espacio buscaremos -alejados de todo arrebato- dimensionar lo que entraña un evento de esta índole y si las consecuencias que puedan derivar de la decisión presidencial realmente deben apremiar nuestra preocupación.

La Cumbre de las Américas es un foro multilateral cuyos trabajos dieron comienzo en la ciudad de Miami, Florida en el año de 1994, con la participación de prácticamente todos los estados americanos (Cuba ha participado en dos reuniones después de haber sido invitada en el año 2015). Su creación, debemos puntualizar, se configuró en una época en que los Estados Unidos buscaban rejuvenecer un mecanismo regional de cooperación cuya utilidad, hasta ese momento, había sido consistente con las exigencias de una agenda estratégica propia de la guerra fría. Por esta razón la primera reunión de esta Cumbre se realizó sin la intervención administrativa de la Organización de los Estados Americanos (OEA).

“…las negociaciones (Cumbre de las Américas) se hicieron al margen de la OEA, pues se consideraba, en ese momento, que la Organización, requería profundas reformas y una reorientación de sus objetivos estratégicos a la luz de las nuevas condiciones del sistema internacional”. Cumbre de las Américas. (S/f). http://www.summit-americas.org/previous_summits_sp.html

Actualizar la OEA sería lo que diera impulso a la iniciativa para configurar una agenda de cooperación continental para el desarrollo. Su objetivo primario se concentraría en renovar el liderazgo norteamericano con una América Latina que en el último cuarto del siglo XX había quedado atrapada en la pobreza y con desbordantes niveles de inseguridad. La agenda norteamericana de seguridad este-oeste era necesaria y convenientemente desplazada por una agenda asistencial norte-sur.

Como testimonio, basta destacar que después de ocho reuniones, celebradas a lo largo de 28 años, hasta el momento el logro más significativo de este foro continental continúa siendo un proyecto de integración regional conocido como el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Una aspiración -que finalmente pereció en la primera década de este siglo- y cuyo propósito no solo fue crear el Área de Libre Comercio más grande del mundo, sino facilitar todas aquellas bondades que habían sido postuladas por un enfoque neoclásico (de gran utilidad en ese momento) conocido como la hipótesis de convergencia; teoría sobre el desarrollo cuya premisa nos dice:

“en el largo plazo el funcionamiento del mercado pone en marcha engranajes que le permiten a las economías atrasadas crecer más rápidamente que las avanzadas y hacer de esta manera el caching up” (Moncayo, 2004; p.8).

Finalmente, la Cumbre de las Américas ya con el apoyo gerencial de la OEA, con quien se fusionó administrativamente en el año 2001, daba vida a una relación continental donde todo acercamiento de América Latina hacia la Unión Americana tendría que sujetarse al cumplimiento de ciertos principios: desarrollo económico, seguridad continental, así como la promoción y consolidación de la democracia (Carta Democrática).

En el presente, la Cumbre de las Américas es un club donde la democracia, como carta de membresía, es quien da acceso a un conjunto de servicios que solo el accionista mayoritario (Estados Unidos) puede ofrecer. México no tiene problemas con su membresía, su líder (AMLO) tan solo ha manifestado una gran susceptibilidad con las formas en que el socio mayor, y eje rector de este foro, ha hecho valer -de forma completamente legítima- su derecho de reservarse la admisión.

Disentir con las formas de celebrar este foro y querer, con esto, dar la cara por una comunidad latinoamericana abrigada por la divergencia (de proyectos y visión), no puede en ningún momento representar una afronta para el gobierno de Biden; mucho menos influir en el desahogo de los temas que más le interesan a su país: Ucrania, la región Asia Pacífico y una progresiva preocupación por la seguridad de su frontera sur

La asistencia o no del presidente de México a la Cumbre de las Américas proyecta una alteración insignificante en la relación de nuestro país con Washington. Desacierto o no, por parte del presidente, finalmente la próxima reunión continental será atendida por un funcionario que hasta el momento ha sido poseedor del beneplácito y los poderes del ejecutivo; enajenando virtualmente la rectoría de las relaciones bilaterales.

Marcelo Ebrard, como timonel de la relación bilateral México-Estados Unidos llevará a California, como jefe o no de nuestra delegación, todos aquellos temas que dan forma a una agenda bilateral de trabajo que, por parte de México, él ha estado coordinando. Además, con la reciente gira presidencial por Centroamérica (en la primera semana de mayo), México posee un activo de importancia sustantiva para Biden; con quien el presidente de México finalmente tendrá que encontrarse en el mes de noviembre cuando se celebre la próxima Cumbre de Líderes de América del Norte.

A modo de corolario podemos decir que es evidente la loable pretensión del presidente de México de querer asumir la vacante disponible para hacerse del liderazgo político de América Latina; misión que ya ha sido emprendida, sin resultados, por anteriores administraciones. Buscar revivir el ideario de una América Latina unida, con la guía de México, es una idea perspicaz que en ningún momento puede disgustar a Estados Unido; de hecho, una actitud más protagónica de México en toda la región les sería de mayor utilidad.

En el año 2010 con la celebración en Cancún de la Segunda Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo (CALC), Estados Unidos no mostró incomodidad alguna con la guía del Gobierno de Felipe Calderón para dar vida a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Un pretencioso mecanismo de integración económica en América Latina que sólo ha logrado exhibir cómo en esta región los desencuentros pueden ser más profundos sin la participación de los Estados Unidos. Brasil abandonó la CELAC en el año 2020.

Dando cierre a estas líneas, y no habiendo caído en la tentación de abordar innecesarias posturas extremas, podemos arribar a una reflexión: toda censura a las formas en que se pueda celebrar la Cumbre de las Américas solo otorga legitimidad tanto al actuar del país denunciante como al propio foro. Dimensionar fuera de todo alcance esta dinámica solo ayuda a que lo irrelevante se apodere de nuestra pasión.

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