¿Te cuesta decidir?
¿Te cuesta decidir?
En un día tomamos bastantes decisiones: personales, familiares, laborales, sociales. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Decisiones fáciles o complejas, tristes o prometedoras. Sobrecargamos nuestra mente, sin escapes ni catarsis. Es cuando surge la fatiga decisoria que va generando resultados adversos. Es preciso hacer un alto, respirar e ir haciendo un selecto número de decisiones, ya que muchas son triviales y solo originan estrés innecesario.
Decidir implica invertir bastante energía mental, sobre todo cuando lo que está sobre la mesa es complicado; un dilema que puede significar estar entre la espada y la pared.
Cuando hay tanto por decidir, es preciso darle un respiro a tu mente para que lo que surja en adelante no se monte en el piloto automático; escoger sin reflexionar para después arrepentirnos.
- Prioridades. Trata de advertir cuando signifique una decisión simple (“¿Qué preparo hoy de comer?”) o difícil (“¿Qué carrera elegiré?”), en la primera no lo pienses tanto, en la otra, hazlo con mesura.
- Delega decisiones que no te corresponden. Muchas veces nos quebramos la cabeza en temas que no nos competen.
- Anota la jerarquía de cada cual: urgente, importante o puede esperar, gradualmente les ofrecerás salidas. Cuando tengas que decidir de inmediato, respira hondo y hazlo con cautela. Priorizar y no asumir cargas ajenas, te mantendrá liberado, desahogado para que en cuestiones complejas tomes cartas óptimas, que te generen resultados esperados y convenientes.
- La intuición o el sexto sentido también podría serte útil a la hora de saber la carga decisiva. Ese compás interno que te grita si vas a tomar una decisión inteligente o puedes posponerla.
La fatiga decisoria es un lastre emocional que entorpece el momento de hacer un fallo a conciencia, de ahí que descansar o purificar tu mente es imprescindible para que después no haya Mea culpas.