Ciudad de México | 2021-10-30 | Judith Sánchez Reyes
El dolor ante la pérdida de un hijo aún no tiene nombre, su muerte derrumba de manera abrupta el proyecto de vida de la pareja. Sin embargo, el duelo para los hombres parece estar lejos de ser entendido y atendido socialmente, más cuando se da en etapa perinatal.
Desde siempre, el apoyo emocional y psicológico se ha enfocado en las madres, quienes, claro, viven esa experiencia traumática de manera más cercana, más vivencial; pero los varones también sienten ese vacío y sufren.
A Marco Antonio la muerte de sus gemelos lo dejó marcado de por vida, pues después de estar renuente a no tener hijos, debido a la problemática que estamos viviendo a nivel mundial, no era lo mejor para “embarazarse”.
Pero llegó la noticia y, desde ese momento, cambió por completo su proyecto de vida.
“Me dio una alegría inconmensurable. Nació en mí una faceta de mayor acercamiento a los bebés, preguntar a las parejas cercanas o que encontraba por la calle que los veía con sus gemelos, cuál era su experiencia y sus recomendaciones. Me puse a documentarme todo sobre los cuidados en un embarazo gemelar, cómo llevar su formación, en fin, todo lo quería saber para un mejor cuidado”.
Desafortunadamente, casi por cumplir los cuatro meses de gestación, en una revisión médica de rutina, se dieron cuenta que el corazón de esos bellos nenes había dejado de latir; el impacto fue brutal.
“Mi primera reacción: demandar al doctor por no decirnos con exactitud los pasos y cuidados ante un embarazo de gemelos”, dijo.
De ahí comenzó la andanada de sentimientos contra todo, ya que tuvo la percepción de que el médico tratante, de manera previa, se había percatado de la muerte de los gemelos y no quiso enfrentar su responsabilidad, al menos ese fue su sentir; incluso, pensó que ese desenlace se daba porque él, como hombre, no estaba preparado para ejercer la paternidad.
Al contrario de Marco Antonio Sarmiento, la historia de Jesús Luján comienza con la gran ilusión de convertirse en un buen papá, se sometió junto con su esposa, a procedimientos de reproducción asistida, pero por una condición de tipo hereditario llamada trombofilia, que altera la coagulación de la placenta y provoca la formación de coágulos, el dolor se hizo presente tres veces.
“(La primera vez) estaba trabajando en la clínica, cuando me llamó y me dijo que estaba sangrando, que tenía una hemorragia, en ese momento salí corriendo y llegué a casa. El sangrado, era muy abundante, se veían coágulos, prácticamente había datos de que se había expulsado al bebé; inmediatamente fuimos a que le realizaran un ultrasonido y sí, en efecto, ya no había bebé, literalmente se expulsó”.
Después de este hecho, vinieron dos embarazos más, con el mismo desenlace.
Marco y Jesús narran que se creó un vínculo de pareja muy fuerte, ya que la tristeza los invadió de igual forma que a sus compañeras de vida, pero en el momento de asimilar el hecho de que sus hijos no nacerían, inconscientemente, pararon en seco sus emociones y las encapsularon.
“No quise demostrar el dolor que me quemaba por dentro”, comenta Marco. “Me puse en ‘modo avión’ de manera automática”, comparte Jesús.
Ambos se bloquearon emocionalmente, pero solo fue para sí mismos, porque debían estar “para ellas”; así que vivieron su dolor solos y en silencio, y su única “terapia” fue una llamada: trabajo; patrón de conducta que se da en la mayoría de los hombres que viven una pérdida gestacional.
De acuerdo a la experiencia profesional del psicólogo Marco Sánchez Pichardo, adscrito al Departamento de Neurociencias y responsable del Programa de Atención Psicológica de Pérdidas Perinatales del Instituto Nacional de Perinatología (InPer), ante una pérdida gestacional los hombres sufren un impacto emocional mucho mayor que el de la pareja y el duelo es mucho más difícil de sobrellevarlo.
La traba más importante radica en que socialmente los varones no se permiten expresar ese cumulo de sentimientos y emociones. Culturalmente el machismo les inhibe esa parte sensible, que no depende de un género, sino que es una parte natural de todo individuo, pero que no es permisible socialmente hablando.
Después de la pérdida fetal, los hombres experimentan ansiedad y depresión, como parte de su duelo, el cual se da tiempo después que el de su pareja.
Dichos trastornos llegan a traspasar de lo emocional a lo físico, manifestándose en taquicardias, cansancio, fatiga, insomnio, falta de aire y desinterés por realizar actividades básicas y cotidianas, como comer, cuidar su imagen o convivir con amigos y/o familiares, pero todo de manera discreta.
Sánchez Pichardo indica que el principal sentimiento que expresan los pacientes, una vez que deciden hablar, es el enojo, “de preguntarse por qué a mí, por qué a nosotros, si hay otros que tienen hijos y no los quieren, no los cuidan, y yo que lo deseaba y lo planeaba, se pierde”.
En esta primera etapa del duelo, los varones también tienden a experimentar un arraigado sentimiento de culpa contra si e incluso contra la pareja. Aunque el sentimiento más fuerte es el miedo a no trascender, situación que en algunas ocasiones provoca que la pareja se distancie. No obstante, cuando por fin se asimila esta pérdida, la desesperanza los abraza, más cuando viven pérdidas recurrentes.
Pero el estado psico-emocional del hombre no solo es trastocado, sino su sexualidad también, y puede posicionarse en un lado extremo: evitar tener relaciones sexuales con su pareja por temor a que se dé un nuevo embarazo o por un impulso inconsciente buscar ese acercamiento físico para “compensar lo que se perdió”.
Estudios científicos han demostrado que varones mayores de cuarenta años, después de haber perdido a un hijo en alguna etapa del embarazo y no haberlo externado, hablado o llorado, sufren infartos, accidentes cerebrovasculares o problemas de hipertensión arterial.
La cerrazón emocional de parte de los varones llega como un mensaje de indiferencia, insensibilidad y falta de empatía hacia la mujer, situación totalmente inequívoca.
En algún momento de su duelo, Marco Antonio pensó en buscar ayuda para hablar del tema con alguien con quien no se sintiera vulnerable o cuestionado, “porque te vas guardando muchas cosas y que no puedes hablarlo abiertamente con tu esposa. Además, absorbes todo el sufrimiento que vive ella”.
Pero sólo quedó en eso, en un pensamiento, porque en la realidad no hay grupos de apoyo para sobrellevar el duelo en los hombres, “no sé si existan, pero al menos en mi búsqueda no encontré nada”, dice.
“Son pocas las personas que llegan a incluirnos y considerar que también, nosotros los hombres, vivimos un dolor inimaginable al perder a un hijo, socialmente se le da todo el apoyo a las mujeres y nosotros en el sentido psicológico y emocional quedamos marginados, no somos, en nada, considerados por parte de las autoridades de salud e incluso por los familiares, pues no existen programas de apoyo al duelo del hombre en una situación como ésta”.
Por su parte, Jesús, a pesar de ejercer la medicina, el vivir en carne propia esa experiencia no le fue fácil hablar de lo que sentía, se tatuó el escudo de profesional de la salud y dejó a un lado su faceta de paciente.
“Me refugié un poco más en el trabajo y fue coincidencia también que la parte laboral se disparó mucho en ese entonces, siento también porque uno lo atrae, porque lo hacía para estar ocupado para estar más productivo, como un mecanismo de mente ocupacional para reducir la angustia que sentía”.
Casos como estos hay miles, y aunque hay registros de que solo un 5 por ciento de los hombres que viven una pérdida gestacional, buscan ayuda para tratar de sanear esta experiencia traumática.
Lo cierto es que se está dando un cambio dramático en el comportamiento social y piscoemocional de los hombres, quizás, aún de una manera cautelosa y reservada, pero ya están buscando ayuda y lo mejor es que hay quienes se la están brindado.
Así lo constata Jesús Luján Irastorza, quien después de esta dolorosa experiencia, comenzó a “aprender sobre mí mismo, para ayudar a los demás” y de ese impase le da forma a lo que hoy es la Fundación Pronatal.
“Primero, empezamos a ir a hospitales públicos para tratar de ayudar con los programas de cuando las personas pierden bebés, empecé a trabajar más en las redes privadas y públicas de los grupos de infertilidad, a hacer divulgación de información científica sobre temas médicos, un poco traducidos a palabras que la gente entendiera”.
Pronatal inicia formalmente en el 2012, con el compromiso de varios profesionales de la salud en diferentes áreas para “contribuir a la salud y el bienestar integral de aquellas personas que enfrentan problemas de fertilidad”y por supuesto, el tema de pérdidas en el embarazo iba de la mano.
La fundación ofrece apoyo emocional de forma gratuita, bajo la experiencia de tres psicólogos, cada uno con una especialidad: parte terapéutica, psicoeducación y otra experta en duelo.
Los especialistas diseñan un plan de trabajo de acuerdo a la necesidad del paciente, a través de sesiones individuales y de grupo, no mayor a 72 días, pues es el tiempo preciso que tarda el cerebro en asimilar una situación de esta naturaleza y en ejercer un cambio conductual.
La labor de Jesús Luján Irastorza, al frente de Pronatal, es hacer que los hombres ante una perdida gestacional comiencen a “combinar el corazón con la mente y la emoción con la razón”.
“El hombre comienza a tener conciencia emocional, no solo porque tengo que apoyar a mi pareja (…) sino de manera generalizada he visto que el hombre está generando un entendimiento de cómo se siente él emocionalmente y entonces empieza a entenderse más.
Está habiendo más apertura y esta parte coincide con que socialmente se participa más en cosas del hogar, cosas de la casa y en cosas de pareja”.
Del mismo modo sucede en el Instituto Nacional de Perinatología, donde existe el área de Atención Psicológica de Pérdidas Perinatales que brinda apoyo a las mujeres; sin embargo, en los últimos años se observó de la necesidad de extender este apoyo psicológico a los varones, ya que en algunos casos estaban más afectados por la pérdida del bebé.
“A los varones los abordamos justo cuando se da la hospitalización de la pareja, este es un momento bien importante pues en cuando los podemos abordar la parte emocional, preguntarles cómo se sienten, saber qué tanto pueden o quieren expresar sus sentimientos”, comenta el psicólogo Marco Sánchez Pichardo.
Actualmente, por el contexto pandémico, el apoyo psico-emocional de parte del InPer se está dando vía telefónica, si bien no es lo óptimo, es un primer acercamiento para de ahí referenciar al varón a otra dependencia de salud y sea sometido a una terapia más en forma que le ayude a externar lo que está viviendo para superar su pérdida.
Ambas instituciones coinciden que, en la actualidad, los padres jóvenes son más sensibles ante una situación de esta naturaleza, es decir, son más empáticos con sus parejas y se están dando la oportunidad de decir “me siento mal, me duele el alma”.
Pero más allá de la edad y de factores culturales, sociales y académicos, el reto para las instituciones de salud pública y privada, es diseñar programas donde haya “una conexión entre lo biológico y lo psico-emocional” que dé pie a que los varones externen sus emociones, aprendan a canalizar su dolor y logren procesar su pérdida.
Aunque la deuda con los varones es de toda una sociedad, la cual debe ser más empática y dispuesta a escuchar sus vivencias y apoyarlos en estos procesos emocionales.
Marco Antonio y Jesús vivieron en soledad su duelo, uno dejo de lado el sueño de la paternidad, el otro la consumó. A lo largo de los años lograron canalizar ese dolor y hoy desnudan su alma al compartir sus historias para hacerle saber a la sociedad, sobre todo, a sus congéneres que el “sexo fuerte”, “el macho” puede, quiere y debe llorar y que el exteriorizar sus emociones no merma su hombría, pues ésta va mucho más que un “tonto patrón social”.