Unos preciosos cerdos

Veracruz | 2020-11-22 | Alejandro Mier Uribe

Con la delgadez, la fuerza y la agilidad de un venado, Ramo´n zigzagueaba de un lado a otro de los pastizales, esquivando el aguacero de balas de sus enemigos.

Minutos antes había sido sitiado, y a pesar del factor sorpresa, se encontraba ileso, pero seriamente amenazado por tres pistoleros sedientos de vengar la pe´rdida de dos de sus compañeros a manos de un solitario hombre, ¡Imposible soportar tal humillacio´n! Ramo´n brinco´ la cerca del establo y al ver al fondo el granero y las porquerizas, corrio´ hacia alla´.

Tras cerrar el porto´n de madera el lugar quedo´ en tinieblas, ya que so´lo una pequeña ventana en lo alto, dejaba entrar el sol de mediodía. Morira´ como rata, solito se acorralo´, festejaron los bandoleros. Ahora sí, vamos a ver quie´n es el emboscado, penso´ Ramo´n dueño de la seguridad que le dio el sentirse en una atmo´sfera tan familiar.

Al escuchar que los hombres penetraron en el lugar, Ramo´n se revolco´ entre el lodo y el estie´rcol del chiquero. Oinc, oinc, reclamaron los marranos al sentir invadido su espacio. Su cuerpo quedo´ camuflageado y con la debida cautela, extrajo de su morral un ejemplar de “El hijo del Ahuizote”; la fecha que señalaba la primera pa´gina del semanario político, era el día 9 de abril de 1912, Ramo´n estaba cumpliendo 18 años y en la hacienda lo esperaba su familia y una jarra de pulque. Ramo´n era el tercero de diez hermanos. Ma´s valía darse prisa ya que si se demoraba mucho, no seri´a la primera vez que Francisco, Luz, Jose´, María, Manuel, Dolores, Cosme, Carlota, Carlos y Mariano, lo dejarían a pan y agua. Arranco´ la pa´gina y con ella se limpio´ el lodo del rostro; al abrir los ojos, no pudo dejar de sonr´r, la escena que teni´a frente a e´l no era para menos: unos preciosos cerdos lo observaban asustados.

Justo despue´s del canto de los gallos se escucharon los llantos del bebe´. La partera intento´ cortar el cordo´n umbilical, pues el pequeño se revolvía con tal fiereza, que tuvo que pedir ayuda para que lo sujetaran.

Una vez concluida la labor, entrego´ el crío a su madre: es un niño doña Dolores y vaya que viene preparado pa estos tiempos, ¡nacio´ “peliando”!, le dijo.

Ramo´n había llegado a este mundo sin vista. Sus padres no tardaron mucho en notar el problema y como en esa e´poca –corría el año de 1894–, en Chalco no había un solo doctor capacitado para tratar un asunto así, en cuanto tuvieron oportunidad tomaron la canoa que iba al Distrito Federal, se bajaron en el embarcadero de La Viga y se trasladaron al consultorio de quien se decía, era el oculista ma´s prominente de la capital.

Lo siento don Cosme, dijo el doctor Castro a su padre, el niño es ciego y segu´n mis estudios, su problema es permanente. Ramo´n esta´ desahuciado de la vista, jama´s podra´ ver.

No había nada ma´s que hacer. El diagno´stico del doctor Castro era inapelable, así que resignados volvieron a la hacienda de Chalco.

A Ramo´n le llevo´ dos años y ocho meses aprender a caminar, correr, e incluso, comenzar a conocer el terreno donde crecía. Rodeado de hermanos, el pequeño pasaba la mayor parte del día jugando con ellos entre los sembradíos, potreros y porquerizas.

Al principio, a nadie le sorprendía que se tropezara a cada instante y que por las tardes volviera a casa lleno de golpes; pero despue´s, eso dejo´ de suceder y sin que sus hermanos se explicaran co´mo lo hacía, Ramo´n a cada rato los sorprendía atrapa´ndolos por la espalda.

A los tres años y medio, un suceso termino´ por pulir su cara´cter y habilidades. Caminaba por los potreros cuando una yegua, al parecer espantada por la presencia de una víbora, salio´ cabalgando a toda velocidad golpeando a Ramo´n a su paso. El niño pego´ contra una cerca de madera y cayo´ al piso. En ese momento supo lo que era el coraje; jama´s se había sentido tan irritado, así que se incorporo´, y sin importarle la sangre que chorreaba por la cabeza, se introdujo entre el resto de los nerviosos caballos, solo que esta vez, a base de concentracio´n, supo esquivar cada peligro, tal y como si estuviera viendo la escena con sus propios ojos. Tambie´n pudo oír que en el rinco´n un bicho se arrastraba y de pronto se detuvo agitando amenazadoramente su cascabel. Ramo´n tomo´ un leño y fue tal la rapidez con la que se lo arrojo´, que logro´ golpearla haciendo que la víbora huyera del lugar. Era su ambiente, era su territorio y ahora, lo tenía dominado.

Muy cerca de cumplir los cuatro años, como cada jueves, doña Dolores lo llevo´ por las compras del mercado.

–Buenas, doña Dolores –dijo la hierbera–. Oiga, y a ese niño suyo, ¿que´ le pasa?

–Ramo´n nacio´ ciego, doña Chona.

–Me deja “irarlo” –inquirio´ sujetando el rostro de Ramo´n.

Nooo, continuo´ la hierbera, pa mí que e´ste esta´ pegado. “Ire” doña Dolores, po´ngale estas compresas en cada ojo y de´jeselas ahí; a´ndele ahí luego me cuenta co´mo le “jue”.

Doña Dolores no tenía nada que perder, así que le puso la hu´meda mezcla de hierbas sobre los pa´rpados durante varios días. Por la mañana del sa´bado, Ramo´n iba a jugar a los corrales cuando su madre lo detuvo para aplicarle el tratamiento. Despue´s, lo observo´ alejarse por el camino empedrado con tal firmeza que se lleno´ de orgullo. Su delgado Ramo´n se conducía como un muchacho mayor. El pequeño llego´ hasta los chiqueros, cuando sin ma´s ni ma´s, se hizo la luz. Las compresas cayeron al lodo desprendiendo con ellas, la carnosidad que tapaba sus ojos. En cuanto pudo controlar la luminosidad del sol, Ramo´n se tallo´ los ojos y tras retirar sus manos, pego´ el grito ma´s fuerte y terrorífico de su corta vida: frente a e´l estaba su primera visio´n terrenal, sus pequeños ojos verdes vieron un puñado de cerdos.

Ramo´n escucho´ que uno de los bandoleros recargo´ su revo´lver. Cubrie´ndose con los puercos, se incorporo´, preparo´ la carabina y cerrando los ojos, dejo´ que los agudos sentidos que había desarrollado en sus años de ceguez, lo guiaran. La intuicio´n aunada al fino oído, le señalaron con gran precisio´n la posicio´n de los pistoleros. Uno de ellos dio un paso al frente, su bota trozo´ dos espigas de hierba, y eso fue suficiente. Ramo´n giro´ la cintura y el estallido de su 30-30 lo lleno´ todo. Tenía sed y no podía arriesgarse a que su jarra de pulque fuera agotada.

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