Xalapa | 2023-07-02
Imposible improvisar más de dos horas al día y no incurrir en imprecisiones o expresiones desafortunadas. Las mañaneras han sido un activo político estratégico para el Presidente Andrés Manuel López Obrador; una pieza fundamental para mantener los niveles de aprobación popular y salir airoso en el pulso constante frente a las inercias y poderes de facto contrarios a su proyecto de cambio. Y para nadie es un secreto que el apoyo de las mayorías a este proyecto reside en gran medida en el carisma del creador del movimiento.
Esa es la virtud, pero también los riesgos que en ocasiones encara su causa. Se trata de un arma de dos filos. Su verbo es la principal de sus defensas, pero en ocasiones puede ser la mayor de sus flaquezas. Es difícil ser simpatizante del obradorismo y quedarse callado cuando el Presidente sonríe, celebrando su propio ingenio, al amenazar al crimen organizado con acusarlos con sus madres y abuelas, tras ver el video de los secuestrados en Chiapas. O decir que Loret de Mola gasta más en vacaciones cuando la familia del Secretario de la Defensa es señalada por un presunto viaje millonario con recursos del erario.
Sin embargo, insisto, son pocos considerando el tiempo de exposición y nadie está exento de ellos. Pero no podemos pretender que no existen. Es necesario señalarlos, marcarlos como deslices y reflexionar sobre ellos para asegurar que no sean más que eso; es decir, que no se conviertan en rasgos constitutivos del movimiento, porque podemos dar por sentado que los cuadros y alfiles que le siguen y operan en su nombre, solo tienen estas palabras para generar actitudes, líneas de acción, desplantes.
Pero iría más allá. La enorme dependencia de las peculiaridades personales del creador del impulso de cambio que hoy gobierna al país podría convertirse en una gran vulnerabilidad. No hay un corpus ideológico del obradorismo, más allá de una vaga referencia a una especie de "humanismo mexicano" o a los libros escritos por AMLO, muchos de los cuales responden a coyunturas políticas concretas o a la denuncia del estado de cosas dejadas por el modelo anterior.
La "doctrina" que guía a esta corriente política surge de la interpretación sobre el camino que van generando las palabras del Presidente. De allí la necesidad de cuidarlas. Me parece que el peor favor que puede hacerse al movimiento es caer en una complacencia absoluta a los aciertos y desaciertos de una persona.
El verdadero obradorismo es aquel que recogería las grandes esperanzas, los ideales y las convicciones de un hombre que llamó a ver primero por los pobres y trastocó para bien la historia del país. Pero eso no pasa necesariamente por la adopción de las fobias y filias que como todo ser humano, producto de sus circunstancias, ha desarrollado. La realpolitik ha llevado a negociar con el impresentable PVEM, a levantar la mano de Cuauhtémoc Blanco o Manuel Velasco, a ensalzar a Donald Trump o a entregar grandes cuotas de poder al Ejército, pero esto no significa que debamos adoptarlas de manera acrítica.
Por el contrario, hay que dar cuenta del costo, los límites y el alcance de medidas que son contradictorias con los ideales del obradorismo, de la izquierda, de las agendas progresistas, del humanismo mexicano o como quiera llamársele. Las medidas que ha tomado el Presidente quizá sean parte del inevitable lodo por el que se transita para construir un camino diferente al que nos habían condenado las élites, pero al menos tendríamos que estar conscientes de la contradicción que suponen y dejarlas atrás tan rápidamente como sea posible. Hace más daño ignorar la erosión que todas estas medidas imponen en los ideales del movimiento, que el supuesto perjuicio que ocasiona "darle municiones al enemigo" al hablar de ellas.
Me preocupa el culto a la personalidad que se ha construido en torno al hombre y más aún el efecto burbuja que este culto pueda producir en él. La austeridad y honestidad de López Obrador, su compromiso con los que menos tienen, son rasgos inamovibles, estoy convencido. Pero la devoción de los que le rodean; la incondicionalidad de un público de periodistas y seudo periodistas matutinos que aplaude toda frase, gesto y actitud no importa lo que diga; las giras arropadas por el Ejército, en instalaciones militares y cada vez menos en aviones comerciales; los actos políticos organizados para evitar protestas incómodas; los subordinados, corcholatas incluidos, que compiten entre sí para ser el más incondicional de los seguidores; la convicción que ha desarrollado de que toda discrepancia con sus palabras entraña un deseo de perjudicarlo a él y a la causa de los pobres; en fin, la ausencia de interlocutores reales y autocrítica que hoy experimenta el Presidente. Todo eso va produciendo un efecto.
López Obrador no creó la inconformidad de las mayorías con el modelo anterior ni el impulso y deseo de cambio, pero sí creó el movimiento capaz de darle una vía política. No obstante, hay un problema cuando, por necesidades de operación y gobernabilidad, la naturaleza de ese movimiento termina constreñido a los límites y alcances de una persona. Es él, y sólo él, quien interpreta el sentir del pueblo, marca directrices, define líneas de acción.
Doy por descontado que algunos lectores favorables a la 4T leerán esto como una crítica inadmisible. Todo lo contrario. La única manera en que el proyecto de cambio a favor de las mayorías pueda sobrevivir a la ausencia de su fundador es deslindando uno de otro; es decir, los ideales que él propone de la muy particular manera de aplicarlos, a veces con aciertos y a veces sin ellos. Una cosa es ir al Zócalo a apoyar la fuerza política que impulsa las banderas en las que coinciden tantos y otra es ir a rendir pleitesía a una persona.
El próximo verano se disputarán, otra vez, dos proyectos de nación en las urnas. Los que creemos en la necesidad del cambio emprendido, tendríamos que ir confiados en la legitimidad de las acciones realizadas y la justeza de los ideales, incluso a pesar de los errores y reconociéndolos para corregirlos; lo peor que podríamos hacer es creer que el argumento de fondo consiste en presumir la infalibilidad del fundador o un gobierno ideal que solo existe en el discurso. Creo profundamente en que la fuerza de este proyecto político reside en sus aspiraciones a la justicia social y la honestidad pública y su compromiso con una nueva ética social, no en la devoción incondicional a una persona, a pesar del reconocimiento a sus obvios méritos.