Veracruz | 2022-09-03
El informe presidencial del 1º de septiembre fue durante largo tiempo una ceremonia esperada por los mexicanos para conocer la situación que guardaba el país. Dicho evento era considerado como el día del presidente, porque el mandatario en turno se lucía hablando de los logros alcanzados por su administración. Era una ceremonia impecablemente organizada donde el presidente era vitoreado por multitudes apostadas en las calles para saludarlo y aplaudirle durante su trayecto a la Cámara de Diputados.
Los legisladores interrumpían con aplausos frecuentes la lectura del informe, en una acción perfectamente coordinada, como si todos al unísono se pusieran de acuerdo y reconocieran tal o cual logro.
El informe hablaba de los miles de empleos generados, los cientos de kilómetros de nuevas carreteras construidas, los millones de desayunos escolares servidos a los niños de escasos recursos, los nuevos hospitales, los miles de hectáreas repartidas a los campesinos, la estabilidad y fortaleza de nuestra moneda, los logros en salud y educación, etc.
Al final, el presidente enviaba un mensaje político donde llamaba a la unidad y al trabajo para engrandecer a la Patria. Usualmente el aplauso al terminar la intervención del presidente se prolongaba durante varios minutos con todos los asistentes puestos de pie, lo que junto con los acordes del Himno Nacional contagiaban entusiasmo y fervor patrio a los ciudadanos.
Eran los tiempos del partido único y del control completo de los medios de comunicación. Los sectores obrero, popular y campesino eran los sólidos pilares del sistema y por tanto, férreos aliados del presidente, de su partido y del sistema. Nadie cuestionaba nada por falta de información real o por exceso de temor.
A pesar de lo anterior, el país avanzaba y se notaba. Gracias a la educación había movilidad social. Las clases medias eran cada vez más numerosas Los hijos de los campesinos y obreros podían ir a la universidad, lo que les permitía mejorar sus ingresos al egresar como profesionistas. En los años 50s, 60s y parte de los 70s todo era tranquilidad, paz y esperanza.
A pesar de los errores que cualquier gobernante puede cometer la estabilidad y la confianza en el país se mantenían intactas. La esperanza de una vida mejor estaba latente en cada hogar mexicano.
La paridad peso dólar se mantuvo dos décadas.
Muy poco hablaba en cadena nacional el presidente. Cuando lo hacía, todos estábamos pendientes del radio, la televisión y los periódicos, para saber lo que anunciaría.
Si bien había delitos, estos eran aislados y sin la gravedad, ni la frecuencia con que ahora se cometen. Tampoco con la saña que los caracteriza.
Todo cambió a partir de que llegó Echeverría. Como cualquier sexenio que empieza, el suyo también generó al principio confianza, ánimo y muchas expectativas. Hubo quienes creyeron en sus proclamas de libertad y de justicia. Para tranquilidad de los inversionistas que generan empleo, dijo que la Revolución Mexicana no iba ni a la izquierda, ni a la derecha; sino “Arriba y adelante”.
Meses después cambió el discurso y mostró su veta socialista, adquirida desde sus tiempos de estudiante. Empezó a dividir y a polarizar. Sobre todo a hablar continuamente y a no soltar el micrófono en ningún momento. Dicen los enterados que quien mucho habla acaba cometiendo errores, porque con la emoción del momento ofrece cosas que jamás podrá cumplir.
Al ver que su proyecto fracasaba, empezó a culpar quienes pensaban diferente, llamándolos conservadores, emisarios del pasado y ultramontanos, en clara alusión a los empresarios de Nuevo León. Por coincidencia o no, varios empresarios connotados fueron asesinados.
Su forma de actuar fue la de un ciclón que inició como suave y refrescante brisa y terminó arrasando con todo. Enfrentó a mexicanos contra mexicanos, dilapidó el erario público y sobre endeudó al país a niveles exagerados. Despojó a pequeños agricultores de sus tierras y las regaló a vivales que no sabían manejar ni siquiera un azadón o un arado. Destruyó la confianza, generó incertidumbre y temor por sus sueños de reelegirse o al menos presidir la ONU. Creó innumerables empresas paraestatales que terminaron perdiendo carretadas de dinero. Sus largos y frecuentes discursos generaban temor más que esperanza.
La corrupción junto con las ocurrencias y arbitrariedades se dispararon. El país se agitó y convulsionó.
Su sexenio terminó siendo desastroso, dejándonos una nación dividida, enfrentada y sin recursos. La inflación se disparó debido a la emisión de billetes del Banco de México. A pesar de los aumentos de salarios inusuales y desproporcionados, los precios siempre le ganaron la carrera a los salarios. Creyó que imprimiendo dinero y gastándolo saldríamos de la pobreza, cuando lo que necesitábamos para lograrlo era mayor producción e inversión.
Lo que tenía que pasar, pasó. Para compensar los altos precios de los productos mexicanos en el exterior, lo que impedía su comercialización, hubo que devaluar el peso.
La devaluación de 1976 fue traumática porque dejó en la calle a muchos pequeños ahorradores e hizo tambalear a las empresas que tenían deudas en dólares. De un día para otro, su deuda creció 50%, lo que la hizo impagable. Muchas tuvieron que cerrar.
Pongo esto como antecedente, porque tal parece que con la administración actual estamos repitiendo exactamente la misma historia. División, endeudamiento, gasto excesivo y sobre todo encono social.
Deseo honestamente estar equivocado.
¿No les parece a Ustedes?.
Muchas gracias.