La trampa

Veracruz | 2022-07-03

Cuando Mohamed le dio su primer beso ya como esposos, Alba cerró los ojos y dio gracias a Dios por haberse encontrado con ese atractivo libanés. Sin duda, era la envidia de todas sus conocidas. 

Ella, que ni siquiera era tan hermosa como varias de sus amigas, había conquistado su amor y en sólo cinco meses ya se encontraba casada. ¡Qué afortunada! ¡Qué afortunada! Se repetía en su interior mientras abría de nuevo los ojos para cerciorarse de que no era un sueño. 

Al día siguiente de la boda, Mohamed le pidió a Alba que le prestara el dinero que su padre le había regalado para que iniciara cómodamente su nueva vida. Era una suma considerable que Alba le cedió sin pensarlo dos veces: Mohamed necesitaba su apoyo para abrir un negocio y seguro, con su conocida destreza y habilidad, saldría victorioso.

Pero no. Antes de que llegara su primera navidad juntos, Mohamed le dio la noticia de que se le había acabado el dinero. ¿todo?, ¿tanto?, ¿en tan poco tiempo?, ¿en qué? se cuestionó Alba, mas no tuvo el coraje de enfrentarlo. 

Ahora, –le dijo Mohamed, –es necesario que le pidas prestado a tu padre. Quiero llevarte a mi país.

–Mohamed, nuestra hija está por nacer, ¿por qué no esperar un poco? –cuestionó Alba.

–Vamos... será sólo un viaje corto. Deseo que la mujer que amo conozca a su familia política y que mi hija viva las raíces de su padre. Alba quedó convencida, le pidió el dinero a su padre y pronto llegaron al país de los cedros. Al finalizar el mes, Alba comenzó a sentir más próxima la llegada de su hijo por lo que le solicitó a Mohamed que regresaran a México.

Imposible, –le respondió–, invertí todo el dinero que me diste en un nuevo negocio que esta vez te aseguro sí funcionará. Lo siento, pero nuestra hija va a tener que nacer aquí.

–Pero Mohamed, tú me dijiste que...

–¡Calla y obedece! –replicó él y salió de la casa.

Jamás había sido tan grosero, y ese fue sólo el inicio, porque en cuanto nació Lamya, se la arrebató de las manos y a ella, o la insultaba, o simplemente la ignoraba. Durante meses, Alba le rogó para que volvieran a su pueblo. A Mohamed ese tema lo irritaba y peor la trataba; sin embargo, después de acostumbrarse a verlo mal encarado, una tarde llegó a su hogar muy contento y le dijo:

–mujer, tienes razón. Siempre la has tenido. Es tiempo de que volvamos a México.

El alta voz de la sala de espera del aeropuerto, les anunció la salida del vuelo con destino a México. Alba se levantó como resorte y juntó sus manos a la altura del pecho: –gracias virgencita, pronto te veré, –dijo mirando al cielo.

Mohamed cargó a Lamya y se encaminaron por el pasillo de abordar. Al pisar el avión, Mohamed le dijo a Alba: mira, esos son nuestros lugares. Adelántate. Voy a llevar a la niña al baño y te alcanzo. Cuando el avión despegó, Alba tardó más de treinta minutos en lograr contener el llanto y poder sacar el rostro de entre sus piernas. Mohamed y Lamya no habían vuelto a abordar. Todo fue una maldita trampa para deshacerse de ella.

Al llegar al Distrito Federal, por si la traición y el abandono fuera poco, se sintió aterrada. Jamás había estado en esa ciudad. No traía un centavo, no conocía a nadie. Durante días deambuló por doquier y para subsistir se vio en la necesidad de robar. Por las noches, dormitaba en la puerta de una iglesia con tan sólo un delgado suéter que no la protegía del frío. Cada mañana, recorría las mismas tiendas y comercios, muerta de pena y rabia por tener que esconder debajo de su falda los panecillos que hurtaba. Por fin, las limosnas de un par de semanas fueron suficientes para comprar el boleto de autobús con destino a su venerado pueblo.

La familia, feliz de verla, la cobijó; y aunque se sentía destrozada y derrotada por el golpe que recibió, poco a poco fue recobrando el ánimo y hasta aceptó la oferta de su padre de incorporarse al negocio. Alba por primera vez desde lo de Mohamed, volvía a sonreír. Dirigir la cafetería de su padre se le dio de forma natural y a cada instante descubría dotes y gusto por el comercio. El éxito no se hizo esperar y en menos de dos años, logró abrir una segunda sucursal. Pronto, el nombre de la cafetería cobró fuerza y se le acercaron inversionistas para comprarle la idea y montar un negocio igual en ciudades vecinas. Transcurrieron cuatro años y tanto sus restaurantes como el área de franquicias, quedaron plenamente consolidados.

–Hija, te ves radiante.

–Claro, padre, ¿cómo no voy a lucir así? Mira nada más lo que hemos hecho juntos. Hoy festejamos la franquicia siete en el Estado y toda la gente que nos acompaña está feliz y cree en nosotros.

–Sí, has hecho una gran labor, ¿quién iba a decir que tu visión empresarial sería infinita? De haberlo sabido antes, ¡te habría puesto a trabajar desde los cinco años! 

–¡Papá! –respondió Alba a carcajadas.

–Perdón que los interrumpa, –dijo un muchacho de gorra–, busco a la esposa del señor Mohamed. 

Alba se sorprendió de que la relacionaran con su esposo porque ya nadie lo mencionaba desde hacía tiempo.

–Soy yo, ¿en qué te puedo servir?

–Traigo esta carta para usted. Me encargaron que se la entregara en su propia mano.

Alba la tomó y mientras su papá le daba una generosa propina al mensajero, salió de la cafetería para leer la nota. Hasta la respiración se le cortó. Mohamed y Lamya habían vuelto. Se encontraban en la capital y querían verla. Alba apretó con todas las fuerzas su medalla de la Virgen. Sentía que la vida le estaba devolviendo todo lo que en un tiempo le arrebató y ahora le regresaba el amor de su esposo y de su hija, y ellos no se imaginaban lo bien que le había ido y la excelente posición que ahora tenía, ¡qué sorpresa se iban a llevar! 

El encuentro en el Distrito Federal fue perfecto. Lamya estaba convertida en una niña preciosa y Mohamed más afectivo que nunca. Le pidió de mil maneras diferentes que lo perdonara por haberla dejado en el aeropuerto y le explicó que tanto le pedía volver que cometió el imperdonable error de pensar que sería lo mejor para ella. Él la hubiera acompañado con la niña, pero la situación no les permitía comprar más boletos, así que Mohamed decidió que por lo menos ella merecía ser feliz y regresar a su tierra.

–Calla, –respondió Alba–, no hace falta que me digas más nada. Lo importante es que estamos los tres nuevamente juntos. 

Antes de volver al pueblo, Alba les pidió que la acompañaran a saldar una vieja deuda. Fue a cada uno de los comercios en los que robó, se presentó y una vez explicado el caso, pagó lo que en otro tiempo hurtó. Finalmente, fue a la iglesia donde pasó noches en vela para dejar una espléndida limosna. 

Los meses corrieron y Alba se sentía realizada. Ahora podía convivir mucho más con su hija, ya que Mohamed insistió en que tenían que recuperar el tiempo perdido y que él, lo menos que podía hacer era encargarse de los negocios. 

Al parecer, a Mohamed no le gustaba la navidad, y cuando Alba, en esos fríos días de diciembre llegó a su oficina para revisar algunos asuntos administrativos, se percató de que todas sus cuentas bancarias habían sido saqueadas. Escondió la cara entre las piernas y una vez más lloró con amargura, sumamente decepcionada.

Reposando en una sala del aeropuerto, Mohamed esperaba con ansiedad que, de un momento a otro, anunciaran su vuelo al Líbano. Era un genio de la actuación y de los negocios, aunque en el fondo sabía que desfalcar a Alba había sido como quitarle un caramelo a un niño, ¡era una estúpida! Por sus contactos en México, meses atrás, se enteró de lo bien que le iba con sus cafeterías y esperó el momento más oportuno para regresar, con el cuento de que la extrañaban.

–¿Papá, por qué aún no llega mami? –preguntó Lamya–. Tengo miedo de que nos abandone como la vez pasada. 

–No, hija, ¿cómo crees? Mami dijo que si no llegaba al aeropuerto en unos días nos alcanzaría en el Líbano. No te preocupes, ella sabe que jamás le perdonaríamos si nos vuelve a dejar solos.

Lamya, más tranquila, apoyó su cabeza en el pecho de su padre y le respondió:

–Estoy segura de que ella vendrá.

Mohamed acarició su cabellera y levantó la vista buscando presionar el minutero del reloj de la sala de espera para que avanzara más rápido. 

–Pero, señor Mohamed, ¡qué sorpresa tan afortunada! 

Frente a Mohamed, estaba el hombre de la camisa negra que seguido iba a tomar su café al negocio de la familia. Aunque jamás cruzaron palabra, se conocían, ya que era un cliente asiduo.

–Hola, ¿cómo le va? –respondió Mohamed.

–Excelentemente bien. Parece que la suerte me sonríe. Fíjese que ayer, no sé si le haya comentado su esposa, le compramos una franquicia de la cafetería y le digo que soy muy afortunado en encontrarlo aquí, porque justo acabo de sacar el dinero; quizá usted podría ahorrarme la vuelta, ¿sería tan amable de llevárselo?

–¡Oh, sí claro! La franquicia... claro que me comentó...

–¡Perfecto! Acompáñeme por favor; en la sala de al lado está mi asistente con el maletín del dinero.

Mohamed tomó de la mano a Lamya y lo siguió. ¡Vaya suerte la suya! ¡Qué felicidad! Más dinero fácil. Sin embargo, al entrar a la sala contigua, dos hombres lo sujetaron de los brazos y uno de ellos, le dijo al tipo de negro: gracias detective. Ahora nosotros nos ocupamos de este delincuente.

Lamya observó el rostro lívido de su padre; frente a él había un grupo de policías esperándolo; detrás de ellos, distinguió el querido rostro de su madre. Corrió hacia ella y la abrazó. Lo sabía, ella no le volvería a fallar, había ido a buscarla y hasta el abuelo la acompañaba. Alba se dio la vuelta para alejarse, no quería que su hija presenciara los ruegos infructuosos de Mohamed, quien hincado y envuelto en lágrimas se veía más insignificante que nunca.

–¿Sabes? –dijo el detective a Mohamed–, te voy a dar un dato para el ego de tu inteligencia. Alba me pidió que te siguiera la pista desde el mismo día que volviste a pisar nuestro país. Ella deseaba en verdad estar equivocada, pero ya ves, no falló. Imaginaba que la volverías a traicionar. Lo que no sé, a lo mejor tú me puedes sacar de la duda, es que, si ponerte tan a la mano el dinero de la empresa fue realmente para probarte, o fue una astuta, muy astuta trampa para encarcelarte, ¿tú que crees?

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