Veracruz | 2023-01-23
Los mandatarios de Canadá, Estados Unidos y México han dado la bienvenida al año 2023 celebrando una edición más de la Cumbre de Líderes de América del Norte. Seguridad compartida, flujos migratorios norte-sur y cadenas globales de producción fueron los ejes temáticos de un coloquio que, más allá de toda emotiva parafernalia, convalida la posición de América del Norte como el bloque geográfico más integrado del continente.
Si el lenguaje protocolario fuera capaz de ayudarnos a evaluar las voluntades que este evento congregó y, con ello, lográramos extraer una impresión del emotivo abrazo que escenificaron las parejas presidenciales de los Estados Unidos y México, así como la no tan emotiva recepción del primer ministro de Canadá, y su esposa, podríamos arribar a una siguiente reflexión; no muy alejada de la realidad.
Estados Unidos parece necesitar -hoy más que nunca- del apoyo de dos países que, por su vecindad, le resultan intrínsecamente útiles y estratégicamente necesarios; pero es, solo un país, el que puede ayudar a Washington a mitigar la inseguridad que en los últimos años se ha implantado en la franja fronteriza más dinámica del mundo.
La X Cumbre de Líderes de América de Norte ha sido un evento cuya principal virtud no se encuentra en los planes de trabajo acordados; los cuales requerirán previamente de una titánica labor técnica, su valor radica en que México y Estados Unidos han manifestado públicamente que todo diferendo, entre ambos países, estará siempre subordinado a las necesidades que deriven de una muy añeja relación de complicidad; más no de amistad.
Una relación en la que el asociado más poderoso ha sabido sacar la mayor ventaja; ya sea a través del aprovechamiento, exclusivo, de un multimillonario mercado que está a su entera disposición, de una política migratoria que le ha permitido regular, a modo, sus costos productivos y el subsecuente bienestar de millones de familias norteamericanas (con el trabajo de millones de manos mexicanas), y/o de aprovechar un entendimiento trilateral en seguridad, que le ha facilitado a este país involucrarse en la política doméstica de su vecino más indefenso.
México, por su parte, no ha perdido la oportunidad de sacar una provechosa ventaja. Con millones de vigorosos trabajadores mexicanos que por años han cruzado la frontera norte, quizás nuestro país -gracias a esta complicidad- haya evitado convertirse en el régimen político más inestable de toda América Latina. De no ser por este inquebrantable nexo, nuestra sociedad no gozaría de una fuerza militar con un perfil cívico, cuyos gastos están por debajo de los de Brasil y Colombia; todo esto sin considerar, que nuestro mercado no sería una plataforma productiva y de exportación de primer plano en el mundo.
El resultado más importante de esta cumbre, es el haber recuperado la sensatez y, con ella, recordar que entre México y Estados Unidos debe prevalecer el entendimiento y la concordia, la amistad (si bien muy conveniente) estará siempre en un segundo plano.
Si por razones de amistad una región geográfica fuera capaz de formalizar su integración, sin duda alguna la mejor alternativa para México sería integrarse con el centro y parte del sur de América. Si dependiera solo de la amistad, el anhelado proyecto de integración regional -tan pertinazmente promovido por el gobierno en turno- sería, hoy en día, una muy madura realidad.
Pero, ¿por qué entre México y Estados Unidos se ha dado esta relación de complicidad, más no de amistad?
Buscando dar una réplica, lo más sólida posible a este cuestionamiento y a título del que suscribe, recurrimos a la sentencia del catedrático Mario Ojeda: porque nos encontramos atrapados "dentro del perímetro geográfico que ha sido clasificado como el imperativo categórico para la defensa de los Estados Unidos... De aquí... que todo lo que el gobierno mexicano haga o deje de hacer... sea evaluado en Washington, primeramente, en términos estratégicos" (Mario Ojeda, Alcances y Límites de la Política Exterior de México, 1984, p. 92).
México goza de una ambigua posición frente a los Estados Unidos. Un nexo inescrutable cuyos contornos pudieron ser delineados, con gran conocimiento y destreza, por el catedrático Mario Ojeda (muchos años atrás). Un referente único del realismo político en México -y del estudio de las relaciones internacionales en su conjunto- que nos dejó como legado una fórmula imprescindible de política internacional. Fórmula, que debe ser considerada por todo aquel que esté interesado en conocer, con mayor certeza, nuestra pendular relación con los Estados Unidos.
"los Estados Unidos reconocen y aceptan la necesidad de México a disentir de la política norteamericana en todo aquello que le resulte fundamental a México, aunque para los Estados Unidos sea importante, más no fundamental. A cambio de ello México brinda su cooperación en todo aquello que siendo fundamental o aún importante para los Estados Unidos, no lo es para el país".
Gracias a la "fórmula Ojeda", años atrás, fuimos capaces de comprender el porqué, en comparación con toda América Latina, México ha gozado de una mayor libertad en su trato con los Estados Unidos y todo el mundo. De ser el único país latinoamericano en no romper relaciones diplomáticas con Cuba (después de ser suspendida de la OEA en 1962); recibir (a través del presidente de México) al embajador de Vietnam del Norte acreditado en Cuba, en pleno enfrentamiento armado con los Estados Unidos (1968); blindar al sector energético del dominio financiero norteamericano; hasta, el haber evitado -en más de una ocasión- la militarización de la OEA, México nunca experimentó, por estas acciones, un agravio por parte de la primera potencia mundial.
La "fórmula Ojeda", es una apología de la inmunidad estratégica que guarda el Estado mexicano. Inmunidad condicionada, cuya garantía de protección yace en la vecindad geográfica, que tenemos, con quien podría ser nuestra más peligrosa amenaza. Nos guste o no, México y Estados Unidos están atrapados dentro de una relación de complicidad (RAE: palabra cuya acepción utilizada es de solidaridad y camaradería).
Con los párrafos anteriores, no se quiere asegurar que los Estados Unidos no pretendan, o no hayan pretendido, dañar intereses sensibles del Estado mexicano, inmediatamente recordamos a Trump; lo que se pretende exaltar, es que para Washington vale la pena desatender ciertos agravios mexicanos, que puedan parecer incendiarios, siempre que Palacio Nacional atienda, y resuelva, lo que es realmente importante para la Casa Blanca.
Esto es, mientras México continúe auxiliando a Washington con el control de miles de migrantes indocumentados en tránsito (que buscan ingresar a la primera economía del mundo); continúe atacando "la oferta" de productos y servicios que ofrece el crimen organizado (el fentalino, tráfico de seres humanos, etc.), y redoble sus esfuerzos para fortalecer el aparato productivo que pertenece a Norteamérica (cadenas regionales de valor), nuestro presidente (cual sea que este fuere) tiene el beneplácito de Washington para lanzar incómodos señalamientos.
Señalamientos como lo han sido: el manejo de la OEA, censurar públicamente el trato discriminatorio que se da a nuestros homólogos latinoamericanos, reprochar el supuesto apoyo financiero norteamericano a medios de comunicación mexicanos (antagónicos al gobierno en turno); e incluso, postergar el reconocimiento de Joe Biden como presidente de los Estados Unidos.
La X Cumbre de Líderes de América del Norte, y el mimoso protocolo con el que ambos líderes se encontraron, parece estar diciéndonos que mientras México asuma su posición solidaria (de complicidad), en el momento que se requiera, Palacio Nacional podrá hacer uso de cierto grado y categorías de agravio.
La prueba de fuego de la "fórmula Ojeda" está aún pendiente de resolverse. El sector energético y los afectados intereses económicos de Estados Unidos parecen, una vez más, querer ser la zona limítrofe que marque la tolerancia de Washington. Sea cual sea el resultado, se ve difícil que esta relación de complicidad se fracture y, si es así, ambas soberanías no sufrirán por mucho tiempo su dolorosa etapa de divorcio.
José Manuel Melo Moya.
Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma Metropolitana. Ganador de la "Medalla al Mérito Universitario".
Posee diplomados en análisis económico, inteligencia y estudios prospectivos por la Organización de los Estados Americanos (OEA), Escuela de Inteligencia Antidrogas (Colombia) y la UNAM.